martes, 15 de septiembre de 2009

Qué mal está siempre la juventud

REPORTAJE: vida&artes
Qué mal está siempre la juventud
Los brotes de violencia se repiten cada década - La rebelión de menores en Pozuelo no representa una generación peor

DANIEL BORASTEROS 15/09/2009

"Batalla campal por un rato más de música y copas", así, de forma sintética, explicaba un redactor de EL PAÍS la enorme trifulca entre jóvenes de clase acomodada y los agentes de la Policía Nacional.

"Batalla campal por un rato más de música y copas", así, de forma sintética, explicaba un redactor de EL PAÍS la enorme trifulca entre jóvenes de clase acomodada y los agentes de la Policía Nacional. Una bronca que concluyó con 46 heridos y 22 detenidos después de que "una avalancha de chicos agrediera a los agentes, que rodeados tuvieron que pedir refuerzos". Las cifras son correctas. Aunque no coincidan con el balance numérico de lo sucedido hace algo más de una semana en el municipio madrileño de Pozuelo, cuando una marea juvenil se extendió dejando atrás vehículos quemados y cientos de botellas voladoras, hasta a encaramarse a los muros de una comisaría. Sencillamente, describían una reyerta casi idéntica pero en otro pueblo, Las Rozas (a menos de 10 kilómetros de Pozuelo y muy semejante nivel socio económico) y en otro año. Concretamente, en 1995. Hace 14 años. El entonces alcalde de Las Rozas, Bonifacio de Santiago, declaró que había sido "gente de fuera del pueblo". Exactamente lo mismo que afirmó Juan Siguero, edil de Pozuelo, a la mañana siguiente de la batalla.

Desde 1979 las noticias que describen un fin de fiesta violento entre jóvenes y cuerpos de seguridad forman una larga ristra con al menos 20 llamativos titulares. ¿Estamos entonces ante un alarmante fenómeno nuevo? ¿Los jóvenes están peor que nunca? Policías, sociólogos, políticos, psicólogos y educadores, ahora, creen que no, pero con matices.

Sus posturas se dividen entre los que consideran que es un proceso de hace 30 años que va "in crescendo" según se deteriora la educación y los que, sencillamente, opinan que han cambiado las formas pero no el fondo de la búsqueda de identidad de la juventud a través de la rebeldía, aunque sea una rebeldía no muy bien digerida.

"¡En Majadahonda todos los años hay movidas! ¡A mí no me ha sorprendido lo de Pozuelo para nada!", quien lanza las exclamaciones es Dolores Dolz, concejal de IU por el Ayuntamiento de Majadahonda, otro de los vértices del rectángulo que conforman los ricos municipios del noroeste de Madrid. Para Dolz, las broncas son "frecuentísimas" desde hace más de una década, aunque reconoce la excepcionalidad de lo ocurrido en Pozuelo.

De manera más pausada, Carlos Lles, sociólogo urbano que ha elaborado los dos primeros estudios integrales sobre la juventud madrileña, se remonta a una conferencia en Barcelona a mediados de los noventa. La dio junto al psiquiatra Luis Rojas Marcos. El tema era la violencia en los jóvenes. "Entonces ya produjeron mucha alarma algunos casos en los que los chicos involucrados en los incidentes eran de clase media", rememora. Ya se hablaba de apatía, de falta de valores. Y de un desconcierto que invitaba a refugiarse en el alcohol.

"No es nuevo, está claro", observa Lles, quien sin embargo señala el asalto a la comisaría como un salto cualitativo. Un avance en la falta de respeto democrático que, en cualquier caso, no le resulta "sorprendente" y que apunta hacia una falta de transmisión de valores de los padres.

En ese punto, en los padres, también se detiene Francisco Birseda, de la oficina del Defensor del Pueblo. "Esto es más de lo mismo desde los ochenta", certifica Birseda, que establece un antes y un después entre las generaciones que aún vivieron, aunque fuera por referencias, la dictadura franquista y las primeras generaciones criadas ya en plena libertad. La frontera, en su opinión, son los años ochenta. "Desde entonces, los episodios violentos de los jóvenes son lo mismo", insiste, señalando que la educación de los chavales ha quedado exclusivamente en manos de los profesores, que se ven desbordados. "Puede que hubiera en su momento un gusto por enfrentarse a la autoridad porque se identificaba con la falta de libertad", sugiere Birseda, que ahora niega ese carácter a las revueltas juveniles.

Su jefe directo, Enrique Múgica, Defensor del Pueblo, achacó los acontecimientos a una progresiva falta de respeto de los jóvenes, empezando por sus maestros. Uno de los ejemplos que resaltó a ese respecto fue el de la pérdida del tratamiento de usted con los profesores, sintomático, en su opinión, de esa ausencia de referencia y autoridad de los chicos que, insistió, comienza dentro de las propias casas.

Sobre este asunto, también habló ayer el ministro de Educación, Ángel Gabilondo, que sostuvo que la solución no está en "eliminar sin más el tuteo" y consideró que lo importante no es "quedarse en los aspectos formales" sino respetar "a quien sabe más, tiene otra edad y otras experiencias".

Las algaradas juveniles se han repetido año a año desde hace tres décadas en Alcorcón, Móstoles, Las Rozas, Pozuelo, Getafe, Cáceres, Barcelona o Madrid. En ocasiones se ha tildado a los participantes de radicales. De chicos con una ideología subyacente. "Antisistemas", por ejemplo. Pero otras veces esa etiqueta ha sido más complicado colgarla, y entonces ha surgido la perplejidad. En esencia, todas tienen que ver con multitudes juveniles, alcohol y presencia policial.

"Hay de todo entre los chavales y entre los padres", matiza un veterano profesor de secundaria que prefiere no dar su nombre dada su condición de funcionario, que estima que los acontecimientos de Pozuelo son "un modo de pasar el rato y buscar emociones fuertes, algo que contar a los colegas pero sin un gran riesgo real porque la policía sabes que tampoco te va a matar. Es como un encierro, pero con guardias en lugar de toros".

Este educador también traza una línea que va desde la dictadura hasta el actual sistema de libertades y recuerda que estos jóvenes han sido educados por padres con un recuerdo, si no una experiencia directa, de la represión y el autoritarismo constante. "Los chicos son más individualistas y buscan una identidad perdida en la confrontación contra los otros", coincide el sociólogo Julio Alguacil en la idea de que la pelea es algo reafirmante y divertido para esta generación, que percibe el enfrentamiento violento como un juego sin riesgos.

En la búsqueda de esa identidad y del gusto por enmascararla entre la masa, hay quienes opinan que han jugado un papel importante las nuevas tecnologías. Es el caso de Lorenzo Navarrete, decano del Colegio de Politólogos y Sociólogos. "Hay una confusión entre la vida real y la virtual", sostiene este académico, que además apunta a que si la red social de una persona está compuesta por 7.000 personas, las posibilidades de que se sienta concernida por algo que le suceda a su círculo se amplían muchísimo. "No se considera que lo que uno está haciendo sea real, sino un juego", concluye. Y, por eso, el concepto de responsabilidad queda más diluido. La comunidad Tuenti, la favorita de los menores de 20 años, se ha llenado de comentarios sobre los incidentes de Pozuelo. Casi todos van en una dirección: "La policía se pasó".

Y en estas redes campa a sus anchas la generación Ni-Ni, o sea, que ni estudia ni trabaja. Así es como se adjetiva despectivamente -y con un punto de generalización cruel- a los nacidos en los años noventa. Unos chicos que no tiene muy buena fama entre los treintañeros que pasean por Pozuelo. "Es una generación que está perdida, no respetan nada", dice de un tirón Óscar. Su problema, opina este comerciante de la zona donde se produjo la batalla campal, es que "no hay autoridad que les acobarde". Stefan, camarero del Hotel Pozuelo, también confía a un parroquiano su propia teoría: "La democracia es buena para algunas cosas, pero no para botellón".

Los aludidos, los chavales que nacieron en los años noventa, resultan ser una heterogénea marea sin una voz conjunta. Por ejemplo, Victoria, de 15 años y estudiante de un centro privado de Pozuelo, piensa que lo sucedido fue "obra de los descerebrados de siempre. Los hay en todos los institutos, de pijos o no. Les parece muy divertido montar el pollo para luego vacilar por ahí contándolo". Lucía, también quinceañera, fue testigo de los sucesos y, aunque critica la actitud de los violentos, insiste en que la policía tuvo "mucha culpa porque iban contra todos, sin distinguir entre quienes estaban tirando botellas y los que sólo estábamos allí divirtiéndonos".

Una actitud benevolente con la mayoría de los adolescentes que el experto en programas de alcohol en jóvenes Santiago Agustín también comparte: "En muchos aspectos estamos mejor que en décadas pasadas", afirma Agustín, que concede que el consumo de bebidas entre los chicos "es altísimo", pero apostilla: "Como siempre de altísimo". "Parece que esto no ha sucedido nunca y todos se echan las manos a la cabeza, pero el problema de buscar una alternativa al ocio juvenil es ya muy antiguo", observa este psicólogo y educador juvenil.

Varios expertos señalan que esa búsqueda de ocio en el alcohol y la masa se convierte "en algo más sórdido por el botellón, que despoja ese ocio lógico que busca el ligar de todo ritual y lo transforma el algo hostil y violento".

"Es lo mismo de siempre, sí, pero peor, aunque desde luego no es un fenómeno de anteayer", replica Juan Antonio García Núñez, también psicólogo y especialista en menores problemáticos. Para García Núñez los chavales carecen de valores y han regresado a "los valores del cuerpo". En contraposición, opina, "a cosas sencillas como disfrutar de una puesta de sol o del respeto por la gente que te rodea".

"La estructura social cada vez contiene menos a los adolescentes", es su diagnóstico, y eso, sostiene, fuerza a los chicos al límite. En ese límite está la estructura policial. O sea, el avance hacia el último dique de contención. Los agentes y, en el caso de Pozuelo, hasta la propia comisaría.

Los agentes, como Felipe Brihuega, portavoz del Sindicato Unificado de Policía, no centran tanto su discurso en las generaciones y sus posibles diferencias educativas como en el hecho de que ahora se pongan a emborracharse, juntos, cientos de chicos en el botellón. "Eso viene del norte de Europa, aquí siempre se ha ido de cuadrillas, de vinos". Tampoco son los agentes quienes dan más importancia al hecho de que algunos chicos intentasen asaltar la comisaría. "En realidad tampoco la intentaron asaltar, fue una especie de provocación final", explica una fuente policial. Lo que sí saben los agentes desde hace muchos años es que una fiesta "llena de gente bebiendo alcohol" no se puede detener a golpe de pito. "Eso es un gran error, hay que ir avisando y que se disuelva poco a poco, por su propio peso, por cansancio", sentencia Brihuega.

Una reflexión compartida por Beatriz García, del Sindicato de Estudiantes. "Lo que ha habido es una represión policial excesiva", apunta esta chica de 26 años, que afirma que no está de acuerdo con "ese modelo de ocio basado en la bebida", pero que cree que los medios de comunicación han "distorsionado los hechos". Eso, dice, sin justificar el "comportamiento salvaje de esos chavales".

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domingo, 13 de septiembre de 2009

Frente a la ira, cuente hasta cien, Francesc Miralles

REPORTAJE: intro PSICOLOGÍA
Frente a la ira, cuente hasta cien

FRANCESC MIRALLES 13/09/2009

Hacer 'lo que nos pide el cuerpo'. Algo que, ante situaciones que nos irritan, suele llevarnos a escaladas de violencia que no conducen a nada. Y luego nos arrepentimos. Éste es un pequeño manual para enfriar los ataques de ira.

Vivimos instalados en la inmediatez, y eso se traduce también en nuestras reacciones. Del mismo modo que cuando recibimos un correo electrónico o un SMS nos sentimos empujados a contestar sin demora, también cuando experimentamos una emoción tendemos a darle salida inmediatamente. Cada día asistimos a escenas de conductores que pierden los estribos, parejas que se comunican a gritos y jefes que se dirigen a sus empleados en un tono de voz hiriente. Uno de los problemas de las expresiones de furia son los daños que luego hay que subsanar. En unos segundos desafortunados se puede destruir una confianza que ha necesitado años para edificarse.

Una fórmula mágica

"La ira no nos permite saber lo que hacemos, y todavía menos lo que decimos" (Arthur Schopenhauer)

Uno de los fundadores de Integral, el editor Jaume Rosselló, explica que aprendió la fórmula contra la ira y sus estragos del primer director de la revista, Santi Giol, que solía difundir la máxima "Lo contrario es lo conveniente". Aplicado a las relaciones interpersonales, podemos entenderla del siguiente modo: en momentos de crispación, si aportamos la misma energía que nuestro oponente, sólo lograremos doblar la negatividad. En vez de solucionar el problema, lo empeoraremos. En cambio, si decidimos apostar por la emoción contraria, podemos revertir la situación.

Sin llegar a poner la otra mejilla, en el siguiente caso práctico entenderemos cómo opera esta fórmula mágica: imaginemos un empleado que está muy enfadado con su jefe porque éste no ha cumplido su promesa de aumentarle el sueldo. Le ha escrito un par de correos electrónicos, pero no ha obtenido más que silencio. Al percibir el tono de irritación en los mensajes, el jefe ha optado por no contestar. Esto no ha hecho más que aumentar la furia del empleado, que se siente empujado a solicitar una reunión para protestar airadamente. Sabe que con eso se juega el puesto, pero piensa hacerlo porque se lo pide el cuerpo.

Si dejamos que la escalada de energía negativa llegue a su culmen, el resultado será una pelea que destruirá definitivamente el vínculo entre ambos. Pero ¿qué sucedería si el empleado aplicara la estrategia de lo contrario es lo conveniente?

Puesto que su impulso natural es recriminar agriamente la promesa incumplida, la reacción contraria sería la amabilidad y el agradecimiento. Puede escribirle un correo electrónico conciliador en el que mencione los aspectos más positivos de trabajar en la empresa. Por chocante que parezca esta reacción, lo más probable es que ambas personas vuelvan rápidamente a la senda del entendimiento. Desaparecida la tensión, aumentan las posibilidades de que el empleado mantenga su trabajo e incluso vea a medio plazo el aumento de sueldo.

La prueba de las 24 horas

"Cuando te inunde la alegría, no prometas nada a nadie. Cuando te domine la ira, no escribas ninguna carta" (proverbio chino)

Gran parte de los conflictos interpersonales se podrían evitar sólo con retrasar la respuesta 24 horas. Cuando estamos en caliente, nos parece muy clara cuál debe ser nuestra reacción, y si no obedecemos a ese impulso nos parece que estamos perdiendo algún tren. Sin embargo, la experiencia demuestra que muy raramente nos arrepentimos de no haber hecho o dicho algo. Por tanto, si no somos capaces de hacer lo contrario de lo que nos dicta el temperamento, merece la pena como mínimo aguardar un día para revisar, con perspectiva, si nuestra respuesta es proporcional.

Un primer paso para desactivar una emoción explosiva es reconocerla como tal. Si aceptamos que nuestra visión del conflicto está deformada por la ira, habremos empezado a desactivarla. Un poco de sentido del humor hará el resto.

Si nos resulta difícil contener el sentimiento negativo que pugna por salir, como mínimo podemos buscar un filtro: una persona juiciosa y serena que nos diga si es tan urgente la resolución.

Tu enemigo es tu mejor maestro

La Biblia enseña a amar a nuestros enemigos como si fueran amigos, posiblemente porque son los mismos" (Vittorio de Sica)

Llevando al extremo la filosofía de lo contrario es lo conveniente, podemos considerar a nuestro enemigo como el mejor maestro. No hay defectos que molesten más que los que uno mismo también posee, por lo que hay que considerar a la persona que nos saca de quicio como un espejo de nuestras limitaciones. Es una visión ligada al budismo, pero también la recoge el poeta libanés Khalil Gibran: "He aprendido el silencio a través del charlatán; la tolerancia, a través del intolerante, y la amabilidad, a través del grosero".

Aunque no reconozcamos en nosotros las faltas que vemos en el otro, toda situación de violencia, engaño o injusticia es una oportunidad de revisar nuestras actitudes personales.

Un espejo revelador

"Aferrarse a la ira es como agarrar un trozo de carbón candente con la intención de arrojarlo contra alguien. Al final eres tú quien se quema" (Siddhartha Gautama)

Si observamos cómo se trata a sí misma una persona violenta, encontraremos las claves de su conducta, dado que nuestra relación con los demás es un espejo de la que tenemos con nosotros mismos. Sobre esto, el sociólogo norteamericano Eric Hoffer afirma: "Amemos siempre a los demás como a nosotros mismos. Hacemos daño a los demás en la medida en que nos lo hacemos a nosotros mismos. Odiamos a los demás en función de nuestro propio odio. Somos tolerantes con los demás si lo somos con nuestros defectos. Perdonamos a los demás cuando sabemos perdonarnos".

Por consiguiente, cuando nos enfadamos de forma desproporcionada con alguien, es muy posible que en el fondo estemos enfadados con nosotros mismos pero no nos hayamos dado cuenta. Es el caso de muchas personas cuya agresividad encubre un sentimiento de fracaso.

Antes de liberar a la bestia, deberíamos averiguar de dónde procede la furia, ya que el motivo aparente que la hace explotar puede ser sólo el detonante. Para enterrar definitivamente el hacha de guerra, un comprimido de lo contrario es lo conveniente en momentos de tensión puede ser el inicio de una gran amistad con el mundo y con uno mismo.
Para combatir la explosión

1. Libros

‘El arte de la compasión’,

del Dalai Lama (Grijalbo).

‘El libro de la sabiduría’,

de Osho (Gaia).

2. Películas

‘Dersu Uzala’, de Akira Kurosawa.

‘Toro salvaje’, de Martin Scorsese.

‘Haz lo que debas’, de Spike Lee.

3. Discos

‘Monday’s Ghost’, de Sophie

Hunger (Two Gentlemen).
El arte de la paciencia

"Nunca debemos excusarnos y decir que nuestros enemigos nos impiden practicar la calma, y que ésta es la causa de nuestra irritación. Si no somos pacientes, no estamos practicando con sinceridad. No podemos decir que el mendigo sea un obstáculo para la generosidad, ya que es justamente su razón de ser. Por otra parte, las personas que nos irritan y ponen a prueba nuestra paciencia son relativamente pocas. Y tenemos necesidad de personas que nos ofendan para ejercitar la paciencia. Encontrar un verdadero enemigo es tan poco frecuente que deberíamos alegrarnos de verle y apreciar los beneficios que nos regala. Merece ser el primero a quien ofrezcamos los méritos que él mismo nos permitirá adquirir, y es digno de respeto por el solo hecho de permitirnos practicar la paciencia”. (Dalai Lama)

jueves, 16 de julio de 2009

Entrevista a Xavier Sala i Martin

ENTREVISTA: VIENE DE PRIMERA PÁGINA... CRISIS ECONÓMICA GLOBAL XAVIER SALA I MARTIN Catedrático de Economía de la Universidad de Columbia
"El mundo de 2006 ha desaparecido"

JOSÉ MANUEL CALVO 16/07/2009

"En las crisis hay demanda de economistas, igual que en las epidemias hay demanda de médicos". Xavier Sala i Martin lleva 25 de sus 47 años en EE UU (Yale, Harvard, ahora Columbia), pero cada dos semanas se da una vuelta por España, preferentemente por Cataluña.

"En las crisis hay demanda de economistas, igual que en las epidemias hay demanda de médicos". Xavier Sala i Martin lleva 25 de sus 47 años en EE UU (Yale, Harvard, ahora Columbia), pero cada dos semanas se da una vuelta por España, preferentemente por Cataluña. Entre las peticiones para hablar de la situación económica y su pasión culé (es presidente de la Comisión Económica del Barça), vive entre las orillas del Atlántico. ¿Qué cambia, qué no cambia entre España y EE UU? "El estilo de vida cada vez se parece más, pero detecto aún mucho antiamericanismo, una cierta esquizofrenia: les imitamos y les odiamos".

Tras el pánico del otoño de 2008, el que se reflejó en aquellas primeras páginas, ¿qué es lo que le preocupa ahora a Sala? "Pues que cuando coinciden crisis y pánico, tendemos a olvidar lo aprendido antes. Por ejemplo, lo malos que son los déficit. Y en la UE y en EE UU estamos ya en unos déficit insostenibles. Pasamos del problema de la crisis al de la deuda, y lo malo de las deudas es que se tienen que pagar".

Sala i Martin acaba de intervenir en el Encuentro Financiero Internacional de Caja Madrid y EL PAÍS: crisis, crisis, crisis. Ahora, ante un espectacular plato de huevos fritos con chistorra, habla de la importancia de la psicología en la economía y de la ausencia de liderazgo en la crisis.

"La mayoría de los españoles no va a sufrir la crisis de manera directa. El paro es una catástrofe para el 18%, para el 20% de la población. Pero eso quiere decir que cuatro de cada cinco van a seguir trabajando. Las crisis son asimétricas: unos lo pierden todo, otros casi ni se enteran. Y sin embargo, la gente tiene miedo: no va al cine, a los restaurantes, bebe un vino más barato, no se compra ropa... Cunden el pesimismo y el malestar, pero por razones psicológicas más que económicas. Por eso es importante el liderazgo, para que la gente no funcione guiada por el miedo".

Y ahí es donde fallan los responsables: "Entiendo que el Gobierno tiene que dar ánimo, que no es bueno que cunda el pesimismo, pero la gente no debe ver que el líder está en las nubes. El líder tiene que ser creíble. Y Rodríguez Zapatero no ha encontrado la fórmula para serlo y a la vez dar ánimos". ¿Qué es lo que falta entonces? "Un plan. Se han aprobado medidas sin coherencia intelectual entre ellas, y eso es un error. Zapatero tendría que haber presentado un plan integral que diera la impresión de que sabía lo que hacía".

Y vuelve a los símiles médicos: "Al fin y al cabo, somos los médicos de la economía. El médico, si tienes un cáncer, no te dice que tienes un dolor de muelas, que no pasa nada. Te dice lo que tienes y te propone un plan para curarte. Decir la verdad y hacer lo que es necesario hacer: ésa es la esencia del liderazgo".

Lo que tiene que hacer el Gobierno es buscar la forma de ayudar al 20% que está en paro a volver al sistema productivo. "Yo ligaría el subsidio a que el parado se reciclara. Dejaría de llamarlo subsidio y lo llamaría, no sé, 18 meses de clases, no de paro. Un año y medio aprendiendo lo que sea: Excel, trabajo bancario, a ser camarero, lo que sea...; todo menos pensar que se va a volver a la construcción. El mundo de 2006 ha desaparecido. Todo ha cambiado. Hay que ir hacia la flexiseguridad, a proteger al trabajador, no al puesto de trabajo. Ahí está Dinamarca: en plena crisis, un 4% de desempleo".

Sala lleva en la solapa la insignia de la Copa de Champions que el Barça conquistó en Roma a finales de mayo. Hoy toca americana color naranja. Tiene 350, entre Nueva York, Barcelona y Cabrera de Mar. "Mis estudiantes de la Columbia hacen apuestas sobre el color de la del día siguiente y he tenido intentos de soborno". ¿Cómo empezó todo? "La primera vez que volví de EE UU traía mis jerséis de color pastel que estaban de moda cuando me fui; y encontré a mis amigos de color verde oliva. Vi que la gente se pone algo no porque le gusta, sino porque lo dice alguien en París o en Milán, y entendí que la moda es una dictadura militar. Yo soy amante de la libertad y de hacer lo que me da la gana, y dije: 'A partir de ahora, me vestiré como me dé la gana, digan lo que digan los dictadores de Milán y de París'. Me costó mucho, porque la gente se ríe, se meten conmigo, pero me da igual".

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domingo, 7 de junio de 2009

Por qué casi nadie es de fiar (Javier Marías)

JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA
Por qué casi nadie es de fiar

JAVIER MARÍAS 07/06/2009

Si ustedes se fijan y hacen memoria o repaso, es probable que conozcan a poca gente que no anteponga algo más bien impersonal y abstracto a sus relaciones con las personas. Hay una frase que se repite con naturalidad en todos los ámbitos y que no sólo es aceptada, sino que por lo general “queda muy bien” y suscita admiración. Quien la pronuncia suele recibir aplausos y es visto como ejemplo de entrega, de abnegación, de altruismo y hasta de lealtad. Con sus obligadas variantes, se puede escuchar lo mismo en boca de un futbolista que de un político que de un guerrillero, no digamos ya en las de un nacionalista o un clérigo de cualquier religión, que cifran en ella su razón de ser. Yo la encuentro, sin embargo, una frase inquietante si no aberrante, que me lleva a desconfiar inmediatamente de todo el que la haga suya bajo cualquiera de sus infinitas formas. La frase en cuestión viene a decir que algo casi siempre inexistente –o cuando menos inaprensible, o intangible, o amorfo, o invisible– “está por encima” de todo lo demás, y desde luego de las personas: Dios o la Iglesia, España o Cataluña o Euskal Herría, la empresa, el partido, la ideología, el Estado, la revolución, el comunismo, el fascismo, el sistema capitalista, la justicia, la ley, la lengua, esta o aquella institución, este colegio, este periódico, este banco, la Corona, la República, el Ejército, el nombre de cualquier cosa, la cadena tal o cual de televisión, una marca, el Barcelona o el Real Madrid, la familia, mis principios, mi pueblo. Desde lo más ampuloso hasta lo más baladí, todo puede “estar por encima” de las personas y no hay ningún inconveniente en sacrificar o traicionar a éstas en aras de lo que para cada cual sea “sagrado” o “la causa”, ya se trate de ideales, entelequias o quimeras; de imaginarios incorpóreos las más de las veces.

No hay apenas diferencia entre lo que gritan los suicidas islamistas en el momento de inmolarse (“Alá es el más grande”, si no me equivoco) y el primer mandamiento de los cristianos (“Amarás a Dios sobre todas las cosas”, tal como yo lo estudié). El resto son variantes o copias de esta absolutista afirmación, aplicadas a lo que se le ocurra al cenutrio de turno, desde el “Todo por la patria” que ignoro si todavía corona en España los portales de los cuarteles hasta la “Revolución Socialista Bolivariana” o como quiera que llame Hugo Chávez a su proyecto totalitario en Venezuela, pasando por “el ancestral pueblo vasco”, el Rule Britannia, el Deutschland über alles, “la gran patria rusa”, o bien Hacienda, The Times o Le Monde, el Manchester United o la Juventus, la monarquía, la Constitución, la BBC o la RAI o TVE, el Papado o la revolución cultural, por supuesto “el pueblo soberano” y el nombre de cualquier empresa multinacional o local.

La frase en cuestión es a menudo rematada por otra similar, pero aún más explícita: “Las personas pasan, las instituciones permanecen”, como si estas últimas no fueran, desde la Iglesia hasta el Athletic de Bilbao, obra e invención de las personas, y en realidad no estuvieran al servicio de ellas, sino al revés. Lo cierto es que a lo largo de demasiados siglos se ha logrado hacer creer eso a la gente, que todos estamos al servicio de cualquier intangible y que somos prescindibles en aras de su perpetuidad. No es, así, tan extraño que esas afirmaciones categóricas y vacuas gocen de tan magnífica reputación, ni que quien deja de suscribirlas sea tenido por un apestado. ¿Cómo, que no está usted dispuesto a sacrificarse por la empresa, Fulánez? ¿Un soldado que no se apresta a morir por su país en toda ocasión? ¿Un revolucionario que no delata a sus vecinos? ¿Un fiel que pone reparos a hacerse saltar por los aires si con ello mata a tres infieles? ¿Un creyente que no abraza el martirio antes que abjurar de su fe? ¿Un futbolista que no rechaza una jugosa oferta económica para seguir con el club que lo forjó? He ahí ejemplos de un egoísta, un cobarde, un desafecto, un traidor, un apóstata, un pesetero. El que no pone algo por encima de sí mismo, de las personas y de sus afectos sólo se hace acreedor al insulto y al desprecio.

Y sin embargo … Yo me siento mucho más seguro y tranquilo en la compañía de quienes carecen de toda lealtad “superior”, de quienes nunca anteponen ninguna abstracción al aprecio por sus allegados, de quienes sólo se volverán contra mí por mis actos y no por ningún dogma ni creencia ni ideal. Es más, son esas las únicas personas en las que confío, y en cambio nunca podría hacerlo en un religioso ni en un político ni en un militar ni en un nacionalista, tal vez ni siquiera en un creyente ni en un militante ni en un patriota oficial, porque sé que cualquiera de ellos estaría presto a traicionarme o a sacrificarme. Llegado el caso, serían vasallos de lo que hubieran colocado “por encima”, e incondicionales de ello aunque reprobaran el proceder de quienes lo encarnaran. Por eso no me fío enteramente de casi nadie, tan extendido está el sentimiento que da lugar a esa frase. Y si ustedes se fijan y hacen memoria o repaso, verán también, bajo este prisma, de cuán poquísimos se podrán fiar.

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Un grano de trigo (Almudena Grandes)

ALMUDENA GRANDES ESCALERA INTERIOR
Un grano de trigo

ALMUDENA GRANDES 07/06/2009

los libros recién hechos huelen bien, a primavera. La primavera huele a libros nuevos, esa fragancia inefable para la que no existen adjetivos ni sinónimos posibles, el olor que desprenden las flamantes cubiertas plastificadas, la intacta tirantez de los lomos adolescentes, tersos aún, sin una arruga. Los libros viejos, esos que posan sobre la piel una pátina tenaz, amarillenta, huelen igual de bien, pero su aroma es diferente. Los libros leídos huelen a vidas ajenas, misteriosas vidas de desconocidos, hombres de piel áspera, mujeres de uñas pintadas que los sostuvieron entre las manos cuando eran nuevos y olían a primavera, mientras aún desprendían el perfume de los libros recién hechos, papel, tinta y amor. Sobre todo amor.

El amor que inspiran los libros es una pasión compleja, tan difícil de explicar como la vida, a la que nutren y de la que se alimentan. El amor que reúne a un autor y a un lector alrededor de un diseño inmejorable, ese objeto tan simple y tan perfecto, tan barato, tan versátil, tan fácil de utilizar y reutilizar tantas veces, ligero, pequeño, fácil de transportar y rigurosamente dócil a la voluntad de su dueño, porque no necesita pilas, ni enchufes, porque nunca se cuelga, ni necesita actualizaciones, porque, más allá de la educación primaria, no requiere preparación alguna, y puede usarse igual debajo de la tierra y a nueve mil pies de altura –¿cómo pueden soportar los vuelos transoceánicos las personas que no leen?–, es de esos amores que le cambian la vida a cualquiera. Por eso es justo que la primavera ame los libros, que los libros se enamoren de la primavera.

Escribir un libro es inventar una isla desierta y desear apasionadamente un naufragio. Cada libro que se publica es un punto nuevo, una mota negra, redonda y diminuta, en el inabarcable azul del conocimiento, del pensamiento humano. Cada autor lo ha creado con sus playas y sus volcanes, sus ensenadas y sus peligros, sus selvas, sus desiertos. Y ha previsto que sea habitable, ha llenado sus mares de pesca y sus bosques de caza, ha escondido entre sus rocas estratégicos manantiales de agua potable, ha fecundado a conciencia sus llanuras para sembrar frutales y cocoteros, y se ha elevado a la altura de Dios, aunque haya tardado mucho más de seis días en crear todo esto y comprobar que es bueno. Después, irremediablemente humano otra vez, se ha limitado a cruzar los dedos para desear con todas sus fuerzas que un barco se hunda cerca de sus orillas, que al menos un hombre, una mujer superviviente, se deje salvar por las olas para recobrar la consciencia tumbado en la arena. A partir de ahí, todo el poder es del náufrago. De su voluntad depende que esa isla deje de estar desierta, que crezca, que se expanda, que se consolide como un continente fecundo y poderoso, o que esa mota negra, abandonada al azar de los mapas, pierda su forma, destiña su color, encoja de tamaño hasta convertirse en una sombra parda, después gris, un recuerdo borroso, frágil, polvoriento, por fin nada.

Claro que Robinson Crusoe me cambió la vida. ¿A usted no? No sabe la envidia que me da, porque eso significa que todavía podrá leerlo por primera vez. Que todavía podrá experimentar la emoción suprema de ese instante en el que Robinson sale de su cabaña, mira al suelo como todos los días, y ve en él una plantita verde, tierna, que le resulta conocida, porque es trigo, un grano de trigo que ha llegado hasta allí no se sabe bien cómo, porque él buscó afanosamente el grano que transportaba su barco sin encontrarlo jamás, y sin embargo, una sola semilla debió quedarse pegada en una tabla, en una caja, en el fondo de un saco, para desprenderse a tiempo, para caer en la tierra y recibir el agua de la lluvia, el calor del sol, hasta germinar a escondidas. ¡Oh, qué trampa sublime, oh, qué majestuoso artificio, oh, qué gloriosa osadía, oh, qué maravillosa rueda de molino, de esas que, al tragarlas, alimentan más que el pan! ¡Cuántos granos de trigo nos están esperando en todos esos libros que nos quedan por leer!

Si sale a la calle, si se deja guiar por la voluntad del sol en las mañanas lentas, perezosas, de esta primavera con prisas de verano, encontrará más de los que sea capaz de llevarse a casa en media docena de bolsas de plástico. Es posible que ahora mismo le estén llamando, que estén gritando su nombre, hasta sus apellidos, porque aunque usted no se lo crea, ya le conocen. Vaya a su encuentro, no lo dude. Mírelos, tóquelos, respírelos, sucumba a la borrachera de tinta que se desparrama desde el borde de todas las casetas de todas las ferias abiertas en casi todas las ciudades de España, y aspire su perfume. Porque los libros recién hechos huelen bien todo el año, pero cuando su olor se mezcla con el de la primavera, fabrican un aroma muy parecido al perfume de la felicidad.

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La hormiga obrera, De niño hiperactivo a estrella de la televisión. La vida al límite de Pablo Motos. Por Juan José Millás

ENTREVISTA: VIDAS AL LÍMITE
Pablo Motos, la hormiga obrera

JUAN JOSÉ MILLÁS 07/06/2009

"Por las mañanas era el director de Radio Requena, y por las tardes, limpiacristales. Había días en los que estaba triste y la gente no sabía por qué: era porque estaba lloviendo y los cristales se ensuciaban más. Allí descubrí el humor. Cuando dejé de tomármelo en serio, se alivió el sentimiento de humillación". Pablo Motos, recientemente galardonado con el Premio Rose D'Ors, uno de los más prestigiosos de la televisión internacional, demuestra su talento para el monólogo contando aquí su propia vida. Desde el trabajo en radios locales hasta el espectáculo familiar de 'El hormiguero', a diario en Cuatro. Del niño hiperactivo al triunfador. No deja de tener los pies en la tierra, pero reconoce que se siente en una burbuja.

Pedí a Pablo Motos que me contara su vida y el resultado fue estremecedor.

-Yo -dijo- era un niño hiperactivo sin diagnosticar. Me pasaba la vida intentando hacer algo malo, romper algo. Una vez destripé dos teles, dos aparatos de radio y el de música para sacarles los altavoces, que después uní con un cable. Quería ver qué pasaba al enchufarlos todos a la vez, y resulta que sonaron 30 o 40 segundos antes de reventar. Pasado el tiempo, llegó un momento en el que todos mis amigos tenían tele en color, de modo que entré en el salón de mi casa y le dije a mi padre que necesitábamos una tele en color. Ésta va bien, dijo él señalando la de blanco y negro. Entonces la tiré al suelo y la rompí. Me pegaron, pero tuvieron que comprar una, y la compraron en color, claro. Que te pegaran resultaba doloroso, pero duraba poco en proporción a lo que conseguías, valía la pena. Para castigarme me encerraban también en un cuarto trastero que acabó siendo para mí como un segundo hogar. Me pasaba tardes enteras allí, a oscuras, porque no había luz, y me gustaba porque inventaba historias. Había en aquel cuarto una bici vieja en la que me montaba y pedaleaba durante horas hacia atrás, imaginando que iba por el campo y que elegía lugares para hacerme una casa, todo al tacto, claro, porque no se veía nada. Mis padres no tenían dinero. Un día, con gran esfuerzo, empapelaron la casa y dijeron que esa noche no se cenaba más que un bocadillo de una salchicha. Yo no lo quería, de modo que saqué la salchicha y la aplasté bien aplastada contra la pared recién empapelada. Lo más que me pegaban era 30 segundos. Poco a poco empecé a entrar en un mundo muy complicado, lo que se traduce en que comencé a delinquir. Entrábamos en las casas y robábamos cosas que luego vendíamos por ahí. Un día, en una persecución policial murió el Tani, un amigo, fue un día dramático. Pensé en mis amigos y me di cuenta de que los que no estaban en la cárcel estaban muertos, y me lo empecé a pensar. De todos modos, lo que a mí me centró fue que me compraron una guitarra. Para aprender a tocar iba a la peluquería de un gitano al que teníamos por un semidiós porque había tocado una vez con Manolo Escobar. Entre corte de pelo y corte de pelo me enseñaba cosas. Había allí una chica, hija suya, de la que estaba enamorado. Yo llegaba del colegio a la una y ése era el momento más importante del día porque la Mari atravesaba la pelu a esa hora y me sonreía o no me sonreía, y de esto dependía cómo era el resto del día. Los domingos me incorporaba a las juergas flamencas del peluquero y sus amigos. Podíamos estar tocando la guitarra 12 horas seguidas o más. Nos dábamos supergén en las uñas, porque si no saltaban enteras, de arriba abajo. Nos poníamos en cada uña un pegote de supergén para que aguantaran y luego lo recortábamos para darle forma. Durante aquellas horas en las que tocábamos y tocábamos sin parar, yo miraba a la Mari. Un día grabé una cinta de 120 minutos, 60 por cada lado, diciendo "quiero a la Mari, quiero a la Mari, quiero a la Mari...". Nunca me atreví a darle un beso, aunque un día le dije que me gustaba y me despreció y dejó de atravesar la peluquería a la una durante un tiempo. Iba al cole con poco provecho. Aprendí mucho, en cambio, de los gitanos. Hay una actitud de los gitanos frente a la vida, que ellos llaman "ser flamenco", que fue muy importante en mi formación. Casi sin darme cuenta me convertí en un virtuoso de la guitarra y empecé a enseñar a otros. Un día se me presentó un pijo que quería que le diera clases. Era hijo de un médico ilustre de la zona de Requena (Valencia), donde vivíamos. Aquello me cambió. Me di cuenta de que quería ser como él, de que quería tener sus Levi's, su equipo de música, de que quería llevar su vida. Y me lo dije así, con estas palabras: "Yo quiero ser un pijo". Hice un cambio increíble en mi vida, pasando de ser un delincuente a un tío que daba clases de guitarra y que actuaba de disc jockey en la discoteca de Requena. Me convertí en un profesor de prestigio. La nuclear de Cofrentes, que estaba allí al lado, hizo ricos a todos, cambió radicalmente el pueblo, y la demanda de clases era cada vez mayor. Me contrataron para dar clases en la Escuela Americana, adonde acudía gente de todo el mundo. Me convertí en un señor respetable y vi que eso me gustaba mucho. Un día, para promocionar la discoteca, hicimos una hora de radio en la emisora del pueblo, Radio Requena. Ése fue mi primer contacto con la radio y me enamoró, la radio me enamoró. Conseguí que me dejaran hacer una hora de radio a la semana e intenté hacerlo bien. Yo había hecho formación profesional en la rama de electricidad, pero de mala manera, de forma que mi incultura era patente. De repente, descubrí a los mejores de la radio, a Iñaki Gabilondo y a Luis del Olmo. Escuchándoles comprendí lo que significaba no haber estudiado. Entonces cogí un diccionario y empecé a leerlo desde el principio, aprendiéndome todas las palabras y su significado por orden alfabético, porque quería hablar con la propiedad con la que hablaban Iñaki y Luis. Llevaba un año en este plan cuando alguien me regaló un diccionario de sinónimos y antónimos que me deslumbró. Me parecía increíble la posibilidad de decir las cosas de cuatro o cinco formas distintas. Honradez, decencia, honestidad, integridad, rectitud, probidad... Con el tiempo me hicieron director de Radio Requena, lo que significaba que era el comercial, el que hacía el programa de la mañana, el que barría las oficinas y el que pagaba a los empleados. Tenía entonces 18 o 19 años. En Radio Requena conseguí muchas cosas: que todos los equipos fueran de buena calidad, por ejemplo, y que todo el mundo cobrara a fin de mes, porque yo era un buen comercial y captaba anunciantes, de modo que enseguida empezó a entrar dinero en la emisora. Y en ese momento, cuando estaba en la cumbre, va mi padre y dice que aquél no era un trabajo serio porque no tenía seguridad social. Te voy a dar yo uno de verdad, dijo, y me metió de limpiacristales en el hospital en el que él trabajaba de cocinero. Así que por las mañanas era el director de Radio Requena, y por la tardes, limpiacristales. Por la mañana vivía el éxito vestido con traje y corbata, y por la tarde, el fracaso con un mono azul. A veces, por la tarde me encontraba con clientes de la radio a los que había atendido durante la mañana en mi despacho, y me moría de vergüenza. Había días en los que por la mañana estaba triste y la gente no sabía por qué: era porque estaba lloviendo y los cristales se ensuciaban más y yo estaba más expuesto a las miradas de los otros. Tenía que hacer dos plantas diarias. Limpiaba las puertas de la entrada a toda velocidad para que no me vieran. Allí descubrí el humor. Cuando dejé de tomármelo en serio, se alivió el sentimiento de humillación. En éstas, un día me llaman de Radio Nacional de Utiel ofreciéndome Seguridad Social y más dinero, de modo que dejé Radio Requena. Se me llenaba la boca diciendo que trabajaba en Radio Nacional de Utiel. Pero allí fue donde me dije que nunca más volvería a moverme sólo por dinero. Yo estaba muy unido sentimentalmente a la gente de Radio Requena y me di cuenta de que en Radio Utiel no me querían a mí, sino mi cartera de anunciantes. Lo cierto es que empezaban a salirme muy bien los programas de radio y todo el mundo me decía que tenía que irme a Valencia. Así que grabé unas cintas con idea de llevarlas a todas las emisoras de Valencia. Empecé por Onda Cero, donde me recibió una de las personas más importantes de mi vida: Alo Montesinos, que era el director. Pasé en aquella entrevista tanto miedo, que cuando salí decidí que no iba a ninguna emisora más, ni a la SER ni a la Cope, que estaban en la lista de las que había pensado visitar. Al poco, sin embargo, Alo me llamó y me preguntó si me iría a Onda Cero cobrando la mitad de lo que ganaba en Radio Utiel. Le dije que sí y me fui a Valencia, donde enseguida empezaron a llamarme "el de la manta", porque me quedaba en la emisora por la noche, estudiando, ten en cuenta que yo no sabía nada, ni siquiera quién era quién, y tenía que fingir todo el rato que sabía más de lo que sabía. A eso de las cinco de la madrugada dormía en la manta unas horas, luego hacía el programa de la mañana, me iba a casa, me duchaba y volvía... Pero no sé, tú verás. Si voy deprisa o me enrollo en asuntos que no interesan, me lo dices.

Le digo que es todo muy interesante, pero que quizá convendría ir resumiendo, porque es para una revista, no para un libro. Y el resumen es que a partir de ahí todo es una sucesión de éxitos: empezó a colaborar con Julia Otero, que hacía entonces el programa estrella de la radio de tarde (Las tardes de Julia), y triunfó. Luego saltó a Madrid para hacer El Club de la Comedia para Canal + y triunfó. Le encargaron sacar adelante La noche de Fuentes y triunfó. Puso en marcha cinco obras de teatro y triunfó... Y en ese momento, cuando se encontraba en pleno triunfo personal, ganando más dinero del que había soñado nunca y siendo más famoso de lo que había sido capaz de imaginar en el cuarto oscuro, sobre la bicicleta vieja, se dio cuenta de que no era feliz y regresó a la radio. Por aquella época, Gomaespuma abandonaba el programa mítico que hacía en M-80, y la SER ofreció a Motos cubrir el hueco; allí se fue y triunfó con No somos nadie. En la radio formó el núcleo duro de guionistas y colaboradores que luego se llevaría a Cuatro a El hormiguero y con los que trabaja actualmente: Juan y Damián, que interpretan a Trancas y Barrancas; Juan Herrera, un hombre maduro, de talento extraño, que reúne los saberes más raros y marginales que quepa imaginar; Marron, el tipo desgarbado de El efecto mariposa; Raquel, con la que interpreta la sección Se va a liar parda. A ellos se incorporarían también los magos Luis Piedrahíta y Jandro, o Flipy, el científico loco, además de El hombre de negro, del que sólo sabemos que va de negro. También está Laura, claro, su mujer, que lo acompaña desde los tiempos de Valencia, actuando en ocasiones como productora y a veces como compañera de micrófono, pero también como guionista y coordinadora de guionistas. De Laura dice que le ha salvado la vida porque él es muy dado a los excesos y ella tiende a ponerle límites.

-Laura -añade- es mejor persona que yo, más tranquila que yo, más sensata, y me ha salvado la vida varias veces. Mira, la primera vez que hice dinero de verdad fue gracias a las campañas de publicidad de un tío que fabricaba chicles adelgazantes. Pasé de ganar 80.000 pesetas a ganar 2 millones. Pero el tío me estafó y desapareció dejándome en la ruina. Pasé de vivir como un rey a deber 30 millones a la emisora de radio. Como me había robado el futuro, decidí buscarlo y matarlo. La filosofía de este tío era cómprate un ático para mirar a la gente desde arriba, y un buen reloj, que es el signo del éxito. Yo sabía que vivía en Barcelona, en un ático del paseo de Gracia, y había pensado arrojarlo a la calle desde allí. Pero Laura me salvó de hacer aquel disparate. Recuerdo que me quedaban en el banco 200.000 pesetas y que me gasté 170.000 en un Cartier. Ahora, cada vez que miro el reloj, me acuerdo de lo fácil que es arruinarse en unas horas, me acuerdo también de dónde vengo cada vez que miro la hora; así que cuando me va bien, me regalo un reloj.

-¿Y qué pasó con los 30 millones?

-Correspondían a publicidad contratada; la emisora me perdonó 10, y el resto lo fui pagando poco a poco.

Pablo Motos es un hombre menudo y atlético. Su brazo, al tacto, parece un trenzado de cables de acero. Sin embargo, hubo una época de su vida en la que sólo era menudo. Quizá una de las cosas que imaginaba mientras pedaleaba hacia atrás en la bicicleta del cuarto oscuro era convertirse en atleta. De ser así, también ese sueño se ha cumplido, pues al poco de que comenzara a hacer El hormiguero, Men's Health, una conocida revista dedicada al cuidado masculino, le propuso someterse a un programa de alimentación y ejercicio físico con el que le aseguraron que su cuerpo cambiaría radicalmente en cuatro meses. Motos aceptó el reto y a los cuatro meses fue portada de la revista: tan espectacular había sido la transformación. Durante ese tiempo modificó sus hábitos. Dejó de comer hidratos por la noche y comenzó a tomar proteínas.

-Empecé también a beber agua -añade-, dos litros al día, y de repente mi vida entera desapareció y apareció una nueva, con sus cosas malas, que también las tiene, porque cuando te metes en esto nadie te dice, por ejemplo, que vas a estar con agujetas no un día ni dos, sino semanas enteras. ¿Recuerdas cuando en la adolescencia te dolía el cuerpo y tu madre te decía que era el "estirón"? Pues es más o menos así. El cuerpo cambia con dolor. El entrenador me decía que disfrutara del sufrimiento porque el sufrimiento era bueno. En los primeros días multiplicas tu fuerza por dos, lo que resulta muy estimulante. La ropa te cae bien, te cae bien todo lo que te pones, y la cabeza te funciona mejor. Yo conseguí, por ejemplo, no gritar en el plató. Cuando un presentador grita en el plató, todo el mundo lo odia. Primera norma: no hay que gritar jamás en el plató. Otro de los peligros de esto es que te atrapa tanto, que te conviertes en un friki del ejercicio físico y de la alimentación, o sea, que de esto no se sale normal.

Para demostrarme que de esto no se sale normal, Motos me lleva al despacho que tiene en una habitación de su casa, abre un armario empotrado y me muestra una colección completa de parafarmacia donde hay proteínas en bote, y cajas y cajas de omega?10, resveratrol, ginseng, melatonina... El resveratrol, me dice, es el antioxidante más fuerte de los conocidos. Veo también complejos vitamínicos y cápsulas para la memoria muy populares, por lo visto, entre la gente del teatro. Mientras yo leo, fascinado, la tapa de los envases, Motos me explica los mecanismos del envejecimiento y el papel que cumplen en él las sirtuinas, unas enzimas muy de moda que regulan los procesos metabólicos. Antes de cerrar las puertas que guardan aquel tesoro, me regala una caja de Ginkgo Biloba y otra de Berocca, las dos para la memoria, además de un par de botes de melatonina, la famosa hormona del sueño.

Un día en la compañía de Pablo Motos equivale a una semana en la de una persona normal. Se levanta al límite, desayuna al límite, entrena al límite, vive las reuniones de El hormiguero al límite, se concentra una hora antes de empezar el programa al límite, se angustia antes de salir a escena al límite, y desea hasta la locura que se vaya la luz en toda España para que nadie vea ese día la televisión. Pero la luz no se va, y aparece una noche y otra en directo y hace, al límite, el mejor programa de entretenimiento familiar de la parrilla. Por la noche vuelve a casa al límite y se acuesta al límite y duerme al límite y sueña al límite.

También cuida a su gente al límite.

-Es muy fácil hacer daño a un guionista -dice-, un "no" a una idea es un puñetazo a la autoestima. Hay que saber gestionar el "no", y uno de los modos de hacerlo es exponerse, yo me expongo como ellos. A mí me molesta mucho la gente que dice "no", y resulta que en este equipo me ha tocado a mí hacer ese trabajo. Pero si me dicen que no es posible un proyecto de iluminación, yo lo llevo a cabo, si me dicen que el sonido no se puede mezclar mejor, yo demuestro que sí. En cuanto a las ideas, hay que observarlas desde fuera. Hay una cosa que llamamos "chistes de guionistas", que son aquellas historias con las que ellos se mueren de risa, pero cuya gracia está ligada sólo a ese momento. Si no distingues un chiste de guionista de una buena idea, estás perdido. Con las ideas malas también has de llevar cuidado. A lo mejor una idea que no está bien del todo acaba saliendo a base de darle vueltas.

-¿Qué pasa cuando un guionista atraviesa una racha de sequía?

-Cuando un guionista está en baja forma, se le deja en paz, cero presión. Si le aprietas, no se le ocurre una idea buena en un mes. Todos pasamos por esas etapas. Lo bueno de mi equipo es que cuando hay alguien en esa situación no se nota porque el resto del equipo lo suple. Y aquí no se le grita a nadie, no se discute nada de malas maneras.

-Cuando te dan una buena idea, ¿preguntas de quién es?

-No, no lo pregunto porque no sabemos a quién pertenece. A lo mejor alguien ha tenido una idea mala que ha evolucionado a una idea buena. Para que veas la importancia que le doy al trabajo de equipo, cada día, en los créditos, sale un guionista como número uno del equipo, y van rotando.

-En cuanto a la fama...

-La fama... Si un sábado sales de compras, al volver a casa te has hecho cien fotos con la gente. Si en vez de mirar lo incómodo que es piensas que le has arreglado el día a alguien, cuesta menos. Me gusta ver el rostro de la gente enganchada a El hormiguero y hacerles felices con un autógrafo para sus hijos. También es cierto que al final acabas saliendo menos de casa. La fama sirve para que te hagan la vida más fácil que a los demás. Si vas a un hospital y no hay camas, al cuarto de hora hay camas. Tuve un problema con el ADSL y me lo arreglaron en dos días. Te ven en turista en un avión y te pasan a primera. En una discoteca, en Valencia, me puse a la cola, y los que estaban delante de mí me dijeron que qué era eso de hacer cola y me obligaron a pasar el primero. La tele te da la oportunidad, si eres feo, de convertirte no en una persona guapa, pero sí atractiva. Se te acercan las mujeres más despampanantes con cara de admiración. Pero es todo un espejismo. Tengo, día a día y minuto a minuto, la conciencia de que todo esto es un espejismo. Se trata de una etapa que viviré y luego regresaré a la normalidad.

-¿Qué es la normalidad?

-La normalidad es la radio.

Motos es asmático, así que de vez en cuando saca el Ventolín del bolsillo y se aplica una ración de broncodilatador. También utiliza con frecuencia un inhalador nasal. Acaba dando la impresión de que tiene que ganarse el oxígeno con un esfuerzo suplementario, como si respirara al límite también.

-Un día -me cuenta-, al mes de comenzar el programa de M-80, por puro estrés, supongo, estaba en casa y comencé a respirar mal. Cada vez que respiraba cogía menos aire. Supe que me iba a morir. Entonces entró Laura por casualidad en la habitación y yo le dije con un hilo de voz: "Hospital". Disponía del oxígeno justo para pronunciar esa palabra, si hubiera tenido que pronunciar dos, me habría muerto. Me metió en el ascensor, cogimos un taxi que apareció milagrosamente a la puerta de casa y entré en urgencias, donde me dieron un pinchazo de Urbasón en el pecho. Me pusieron también oxígeno y me dejaron en una sala donde había un señor en una silla de ruedas mirándome. Como no notaba ninguna mejoría, dije: ¡Hostias, qué muerte más absurda! Y entonces, de repente, entró una bocanada de oxígeno y comprendí que el oxígeno era la hostia. No sabes lo que es darte cuenta de lo puta madre que es respirar.

-¿La audiencia es oxígeno?

-Una audiencia baja es como quedarse sin oxígeno. Te quedas sin energías. Como si te hubieran puesto encima un peso de 80 kilos. El éxito da unas energías sin límite, un sentimiento de levitación increíble.

Motos dice que se deprime los fines de semana, pero no hay que creerle porque al poco te cuenta que las mejores ideas se le ocurren los domingos por la mañana.

-¿Cómo es tener una idea?

-Como quedarse embarazado. Al principio no sabes si es buena o no. Pero cuando aparece una idea, yo sólo vivo para ella, sólo hablo de ella, dedico todo mi tiempo a ella. Y al final se convierte en una realidad.

Al despedirme, después de una jornada agotadora y feliz, tuve la impresión de que Pablo Motos no se había bajado de aquella bicicleta del cuarto oscuro de su casa y en la que pedaleaba al revés (y al límite) imaginando que pasaba por lugares donde le saludaban mujeres hermosas y le pedían autógrafos, donde era un atleta, donde se hacía casas grandes y luminosas, donde tenía su propia productora de televisión... Lleva cuidado con lo que deseas en la juventud, porque lo tendrás en la edad madura.

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domingo, 31 de mayo de 2009

Un madridista enloquecido de Javier Marías

JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA
Un madridista enloquecido

JAVIER MARÍAS 24/05/2009

No sería yo un madridista noble (eso no es un oxímoron, ni –ay– tampoco una redundancia) si dejara pasar aquí el humillante 2-6 que nos ha infligido esta temporada el Barça. Nunca creí que me tocaría revivir una sensación como la de 1973, cuando Cruyff y los suyos ganaron 0-5 en Chamartín. Lo más pesado de aquello fueron los muchos años que les duró la exaltación a los barceloneses. A finales de 1974 yo me fui a vivir a Barcelona, y hasta que me marché, en 1978, cada vez que me presentaban allí a alguien y ese alguien se enteraba de que yo era madrileño (mi madridismo no era por entonces vox populi), agitaba la mano abierta durante unos segundos y acompañaba el gesto de una sonrisita más enigmática que amistosa. ¿Por qué saludarán de esta forma tan rara?, me preguntaba. Hasta que comprendí que se trataba, invariablemente, del recordatorio de los cinco goles (lo que se llama, en efecto, “una manita”) que habíamos encajado en nuestro campo. Ahora no sé a qué ademán recurrirán para restregarnos ese 2-6, quizá nos saluden con las dos manos, una abierta como entonces y la otra con el índice enhiesto, o acaso opten por levantarnos el dedo corazón, para mayores grosería y escarnio.

No es que yo esperara nada del Madrid. Es más, en una entrevista del diario As había pronosticado un 1-2 a favor del Barça y había reconocido el abismo existente, a lo largo de la Liga, entre el juego de los dos equipos. No me costó demasiado rendirme a la evidencia. Cualquier buen aficionado al fútbol, independientemente de sus colores, sabe ver que el Barça juega de maravilla, y lo que siente es sobre todo envidia. Ahora bien, ese equipo se ensañó en su superioridad, algo que el Madrid no suele hacer: recuerdo cómo, hace años, tras meterle el Madrid de Valdano un 5-0 en Chamartín, aflojó el ritmo, no quiso humillar al rival ni hacerle sangre. De manera que, cuatro días después, cuando el Barcelona visitaba Londres para enfrentarse al Chelsea en la Copa de Europa, decidí ir con los de Stamford Bridge pese a que en el partido de ida, en el Nou Camp, había ido con los culés. Que un madridista pueda ir con el Barça en alguna ocasión es algo que irrita sobremanera a los seguidores de este club. Primero se quedan desconcertados, creyendo que se les toma el pelo. Luego, al ver que uno va en serio, buscan una razón negativa: “Ah, ya. Como el Barça sólo ha ganado hasta ahora dos Copas de Europa, preferís que no se acerquen otros a las nueve que habéis conquistado, como el Milán con sus siete o el Liverpool con sus cinco”. Sólo parecen concebir motivaciones mezquinas.

Así que llegó el día del Chelsea, y aunque este fue mi equipo inglés favorito (antes de que lo comprara el magnate ruso Abramovich, que lo ha ensuciado), a los pocos minutos me di cuenta de que “no me salía” apoyarlo, pese a mi determinación previa. Quizá me influyó que la persona que más quiero es culé apasionada, y pensé que estaría sufriendo. Y sin duda el hecho de que, aunque bastantes catalanes no nos tengan a los demás por tales, yo no puedo evitar sentirlos compatriotas, es decir, parte de mí o de nosotros (guste o no, son ya muchos siglos caminando juntos y padeciendo infortunios semejantes). Considero a Guardiola un hombre inteligente y además me cae bien, lo mismo que el grueso de los jugadores actuales (aparte Henry y Alves y Eto’o, tirando a chulos). Tan sólo cuatro días después del 2-6, por tanto, me vi animando al Barça y me alegré cuando Iniesta marco el gol del empate. Claro que unos minutos más tarde empecé a arrepentirme, al ver a sus hinchas con camisetas que llevaban estampado: “2-6, yo estuve allí” o alguna memez por el estilo. Estuvimos todos, qué se creen.

Ya no sé qué hacer, estoy enloquecido. El miércoles próximo el Barcelona disputa la gran final contra el Manchester United, que me cae como un tiro, entre otras razones por el antimadridismo furibundo de su chicloso entrenador, Ferguson, que se dedica a propalar falsedades sobre los títulos ganados por el Madrid en la época de Di Stéfano, afirmando que se los debió a Franco (hay que ser tonto: como si Franco hubiera tenido nunca influencia en Europa y el Madrid no hubiera sido una presa más del franquismo). Iré, así pues, con el Barça, para rabia de culés rabiosos. Al fin y al cabo su fútbol me encanta, y además forma parte de la historia pasional de cualquier merengue.

En cuando al 2-6, todos los futboleros sabemos cuán poco duran las tristezas y las alegrías. Tras el 0-5 de 1973, el Madrid se levantó y cayó varias veces. Pero ganó tres Copas de Europa más, en 1998, 2000 y 2002, tantas como espero que el Barça haya obtenido en toda su historia después del miércoles. Eso sí que no hay quien lo mueva, eso sí que no se olvida. Sólo confío en que nuestro futuro Presidente traiga de entrenador a Laudrup (en vez de a un paquidermo), el único técnico actual que puede competir con Guardiola en juventud, inteligencia, educación, modestia, atención a la cantera y concepción generosa del juego. A los madridistas no nos basta con ganar, y él es el único que puede conseguir un día que veamos a una especie de Barça vestido de blanco.

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