lunes, 12 de octubre de 2009

Todo menos bonito (Juan Cruz)

JUAN CRUZ OPINIÓN
Todo menos bonito
JUAN CRUZ 11/10/2009
La tendencia que el presidente valenciano, Francisco Camps, tiene a utilizar el devaluado calificativo bonito para referirse no sólo a sus relaciones, sino al cariño que le tienen en el PP, sería un bonito objeto de estudio sobre su personalidad.
Los que le conocen y le quieren dicen que sus modos, los que ahora le hacen recurrir a ese adjetivo realmente intransitivo, han cambiado mucho. Tanto que ha puesto en riesgo su mayor ambición, ser presidente del Gobierno, o al menos disputarle a Rajoy esa oportunidad, por unos regalos bonitos y por una relación bonita que le han conducido a un escándalo del que se puede decir todo menos bonito.
Pero vayamos a bonito, el adjetivo. Pregunté a algunos académicos y me dieron algunas claves sobre su utilización tan desmejorada. Ahora que se puede decir de otra manera, bonito ha sido sustituido por otros adjetivos que han dejado ése en el lado del lenguaje cursi u opaco.
Así, por ejemplo, la gente (mal hablada, desde luego) prefiere decir de un tipo que es cojonudo; si de alguien dijeras que es bonito será porque es un niño, un niño bonito, al menos. Pero si dices del Bigotes, pongo por caso, que es bonito, probablemente el propio Bigotes te diría que prefiere, en fin, lo que su gente le decía: que es un tío cojonudo. ¿Un tío bonito? Todo menos bonito, diría ahora hasta su amiguito del alma.
¿Y qué le ha sucedido a Camps? ¿Por qué se abrazó a ese adjetivo para decir cómo era su amistad con El Bigotes? ¿Por qué dijo, cuando le preguntaron cómo se llevaba ahora con el partido, "nos apoyamos todos y eso es muy bonito"? ¿Por qué? Bonito es un adjetivo de cosa, por así decirlo; tú dices que es bonito un coche (por cierto, es muy bonito el coche Infinity de Costa), y es bonito un traje; tú no dices de un traje que es cojonudo. Los regalos, sobre todo, son bonitos. Entre todos los adjetivos que le van a un regalo, bonito es el menos arriesgado. Tú no dices de un regalo: "Es monumental", aunque te regalen un monumento, pero de un traje sí lo puedes decir. "Este traje es muy bonito, muchas gracias".
Acaso porque en aquella conversación del Bigotes con Camps y con la esposa de éste se hablaba de regalos, al presidente valenciano se le escapó por primera vez ese adjetivo que luego ha usado como un talismán, también cuando se le oscurecían los tiempos. Le dijeron: "Fraga está preocupado". Y él dijo: "Qué va, está feliz". Y argumentó: "Nos apoyamos todos y eso es muy bonito". Bonito: es una forma freudiana de denominar lo que no te ha costado nada.
En fin. Si lo bonito es lo que pasa en el PP después de Gürtel, que venga Dios y le regale a Camps otro adjetivo; cualquier adjetivo, menos bonito.

Los rostros de la miseria sanitaria

Los rostros de la miseria sanitaria
Médicos voluntarios abren en EE UU clínicas móviles para atender a los pobres

DAVID ALANDETE - Grundy - 11/10/2009

Un millar de personas espera bajo el frío rocío de las montañas, llegados desde muy distintos rincones de la América más pobre. Algunos han conducido durante horas y han dormido en sus coches. Están enfermos. Muchos no acuden al médico desde hace años. Carecen de seguro en un país sin sistema de salud público, una condena que comparten con otros 50 millones de ciudadanos. Son las víctimas colaterales de la ley de la oferta y la demanda, aplicada a la sanidad.

Son las tres de la madrugada del sábado, tres de octubre. Los voluntarios de la organización Remote Area Medical (RAM) dan turnos para la clínica móvil gratuita que han instalado en el instituto de Grundy, en la cordillera de los Apalaches, uno de los lugares más pobres del país. Esta es una ciudad fantasma apartada del sueño americano, aletargada durante décadas en el seno de una industria, la del carbón, que muere lentamente.

En este pueblo de 1.000 habitantes casi no quedan comercios. Los de su única calle cerraron hace años, escaparates rotos de lo que la que fue próspera comunidad minera. Las procesadoras de carbón languidecen oxidadas, en laderas perdidas. No hay trabajo. El paro ronda el 9%, los ingresos son magros y muy pocos disponen de seguro médico.

La ansiedad típica de los pasillos de hospital planea sobre la gente que espera en el aparcamiento. "¿Qué voy a hacer si me dicen que tengo algo grave? No tengo seguro", se queja una mujer, cigarrillo en boca, antes de rechazar identificarse o responder a más preguntas.

Deborah Wojeiechowicz, camarera de 38 años, sabe muy bien a dónde lleva ese callejón sin salida. Sufre de piedras en el riñón. No puede respirar bien. Necesita dientes nuevos. Y vive al día, de los 600 dólares (400 euros) mensuales que le da su empleo. Dice no cumplir los requisitos para obtener el seguro público para gente pobre del Gobierno. Madre de tres hijos, sólo va al médico en caso de emergencia.

Gracias a una ley de 1986, los hospitales no pueden rechazar a pacientes que acudan a urgencias, aunque carezcan de seguro. De ese modo ha nacido un sistema sanitario en la sombra, en el que los pobres acuden al hospital sólo en casos de extremo dolor. Sus facturas impagadas se acumulan. Por un puñado de visitas por sus piedras en el riñón, Deborah debe 17.000 euros. No las pagará. El hospital lo sabe y aún así la llevará a juicio. Llega el doctor Joseph Smiddy, radiografía en mano. "No hay nada extremadamente preocupante. Cuídese, deje de fumar, vuelva el año que viene". En este día, el doctor ha dado muchas malas noticias. "Enfisemas. Fibrosis. Ha habido incluso un caso de tuberculosis que hemos tenido que aislar", explica.

Este neumólogo sabe como pocos lo injusto que es el sistema sanitario norteamericano. Trata de forma gratuita a quien se lo pide y se puede permitir un viaje hasta Kingsport, en Tennessee, donde tiene su consulta. Pero incluso eso le sabe a poco. Ha montado un cuarto de revelado de radiografías, sellado a la luz, en una camioneta, y acude con él allá adonde se le necesita, sin cobrar. "Es duro decirle a alguien que puede sufrir cáncer", comenta.

Smiddy, con su abnegado altruismo, es una nota al margen en un cruel sistema sanitario que cuesta más de un billón y medio de euros. Como él, cientos de voluntarios acuden a la llamada de san Stan Brock, un hombre de 72 años que ofrece mucho más que esperanza. Desde 1982 lleva a su organización, RAM, a lugares donde era imposible encontrar médicos. Comenzó a operar en el Amazonas. En los noventa, sin embargo, decidió hacer un par de expediciones a Tennessee, en EE UU, donde había una carencia total de doctores. Se quedó. Desde entonces ha montado unas 600 clínicas temporales. En los Apalaches se le venera. Los pacientes le piden autógrafos. Salva vidas.

Desde este año, su clínica llega a grandes ciudades. "En agosto tuvimos que ir a Los Ángeles. Atendimos a unos 6.000 pacientes", dice. Nueva York, Washington y Miami son sus próximas paradas.

Brock mantiene la calma ante dramas personales que a otros les harían llorar. Pero hay algo que le enerva. "En este país existe una norma ilógica que impide a médicos de un Estado prestar servicio gratuito en otro. Por esa medida, siempre vamos cortos de médicos. Sólo hay una excepción: Tennessee, donde cambiaron las leyes después de que yo insistiera mucho". Hasta la caridad es una cláusula más en el gran contrato feroz que es la sanidad en EE UU.

El excremento del diablo (Moisés Naím)

MOISÉS NAÍM
El excremento del Diablo

MOISÉS NAÍM 11/10/2009

El petróleo empobrece. Los diamantes, el gas y el cobre también. Los países pobres que cuentan con abundantes recursos naturales suelen ser subdesarrollados. Esto ocurre no a pesar de sus riquezas naturales, sino debido a ellas. ¿Cómo puede ser que la riqueza natural de un país perpetúe la pobreza de la mayoría de sus habitantes? Debido a un fenómeno conocido como "la maldición de los recursos naturales".

Hay países que logran conjurar esta maldición. Noruega o Estados Unidos, por ejemplo, son a la vez petroleros y desarrollados. Pero son excepciones que no sólo confirman la regla, sino que también ilustran los antídotos contra esta maldición: democracia e instituciones que limitan la concentración del poder. Además, para neutralizar la maldición también es necesario mantener la estabilidad económica, controlar el gasto público, ahorrar para los años de vacas flacas, diversificar la economía, impedir la concentración del ingreso y evitar que la moneda del país sea demasiado costosa comparada con las de otras naciones. Los países exportadores de recursos naturales que no adoptan estas medidas empobrecen y maltratan a la gran mayoría de su población. La tragedia es que pocos logran evitar estos nocivos efectos. ¿Por qué?

La maldición de los recursos es como una enfermedad adictiva: le quita a la víctima la voluntad de curarse. Los grupos más poderosos de estas sociedades no tienen muchos incentivos para luchar contra los efectos perversos de la excesiva dependencia de los recursos naturales. Los efectos son perversos para el resto de la población, no para las élites. Éstas, por el contrario, se benefician de la situación.

El venezolano Juan Pablo Pérez Alfonzo, uno de los fundadores de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), fue el primero en llamar la atención sobre esto. El petróleo, dijo, no es oro negro; es el excremento del diablo. La intuición de Pérez Alfonzo ha sido rigurosamente confirmada. Desde 1975, por ejemplo, las economías de los países ricos en recursos naturales han crecido menos que las de los países que no exportan principalmente materias primas.

Peor aún, en los países afectados por la maldición, los beneficios del crecimiento económico se concentran en pequeños grupos políticos, militares y empresariales. Además, su moneda se encarece con respecto a las de otras naciones, lo cual frena las exportaciones de todo lo que no sea el recurso natural que tienen en abundancia. Esto, a su vez, inhibe la diversificación de la economía y condena a los países a depender cada vez más de las exportaciones de su principal materia prima. En el caso del petróleo, el crecimiento que este genera no crea puestos de trabajo en proporción a su peso en la economía. Así, en los países cuya principal exportación es el petróleo, esa industria genera más del 80% de los ingresos totales, pero tan sólo el 10% del empleo. Inevitablemente, esto aumenta la desigualdad económica.

Dado que los gobiernos de los países exportadores de materias primas no dependen de los impuestos de su población para financiarse, sus líderes pueden darse el lujo de ignorar las exigencias y necesidades de sus ciudadanos. Éstos, a su vez, desarrollan relaciones tenues y parasitarias con el Estado. Además, cuando mucho dinero público es controlado por pocos individuos que no rinden cuentas al resto de la sociedad, la corrupción es inevitable. Las similitudes de países tan diferentes como Rusia, Irán o Venezuela no son una casualidad. Son el resultado de la maldición.

Es muy difícil sacar del poder a gobiernos ricos en petróleo que, además, tienen la posibilidad de usar sus vastos recursos financieros para comprar o reprimir a sus opositores. Las estadísticas demuestran que es mucho menos probable que un país petrolero autoritario se transforme en una democracia de lo que resulta para una dictadura que no cuenta con abundantes recursos naturales. Las estadísticas también confirman que, en todas partes, las autocracias petroleras gastan más en armas y ejércitos y son más propensas a tener conflictos armados.

Esto no quiere decir que los países pobres con abundantes recursos naturales estén condenados al subdesarrollo. Chile y Botsuana son extraordinarios ejemplos de países menos desarrollados que a pesar de ser exportadores de materias primas han escapado de la maldición. Sus experiencias confirman cuáles son las vacunas que protegen a un país contra sus efectos. Pero ¿por qué estos países estuvieron dispuestos a vacunarse y otros no? Nadie sabe. A quien encuentre la respuesta a esta pregunta habría que darle el premio Nobel. No el de Economía. El de la Paz.

domingo, 11 de octubre de 2009

Y los robos presentes de Javier Marías

JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA

Y los robos presentes

JAVIER MARÍAS 11/10/2009
No puedo jurar, así pues, que en mi juventud no habría caído en la tentación de robar con el ordenador, de haber existido éstos entonces. Yo ni siquiera tengo uno, pero lo cierto es que conozco a numerosas personas esencialmente honradas que se descargan sin ningún problema de conciencia cuanto les apetece ver, oír, y de aquí a poco leer. Que no se dé tal problema de conciencia –sabiéndose que no sólo se hurta a la “industria cultural”, a menudo abusiva, sino también a los creadores, a diferencia de lo que ocurría con los robos artesanales del pasado de que hablé hace una semana– se debe sobre todo a dos creencias disparatadas, desvergonzadas y nuevas, a saber: que “la cultura es de todos” y que “debe ser gratuita”. A arraigarlas han contribuido más que nadie los demagógicos Gobiernos actuales, con los españoles a la cabeza (nuestro país es, tras China, el segundo del mundo en número de descargas ilegales): Aznar y Zapatero han contraído una monstruosa deuda con los artistas en general. La práctica de bajarse lo que a uno le plazca, sin peligro, sin coste las más de las veces, está ya tan arraigada, en efecto, que difícilmente tiene vuelta atrás. No es sólo que los Gobiernos no hagan nada para proteger la propiedad intelectual, o que, si toman tímidas medidas (como en Francia), los jueces se las echen abajo. Es que si a estas alturas lo intentaran –castigaran con fuertes multas las descargas, por ejemplo, no digamos el almacenamiento en los discos duros–, habría una rebelión. Ya muchos internautas se ponen como fieras en cuanto se habla de regular o controlar un poco ese no-mercado. Se ha permitido que la gente se acostumbre a lo que no lo estuvo ninguna generación anterior: a disfrutar de los productos culturales sin soltar un céntimo, a apropiárselos con impunidad y a que además esa gente crea, incomprensiblemente, que tiene “derecho” a ello. Es seguro que ya no se va a desacostumbrar.
Por tanto no veo solución al problema, que nuestros irresponsables Gobiernos han dejado madurar hasta la pudrición. Pero sí preveo lo que, puestas así las cosas, puede pasar. Quienes hacemos obras artísticas, buenas o malas (escritores, músicos, cineastas), ya hemos estado discriminados siempre respecto al resto de la sociedad: lo que creamos o inventamos, lo que es más nuestro que cualquier bien adquirido por cualquiera, tiene fecha de caducidad y pasará a ser del dominio público un día, a diferencia de lo que ocurre con las propiedades de todos los demás: la gente lega sus casas, tierras, fortunas, negocios, de generación en generación. A nosotros, en cambio, se nos impone un límite –un extraño castigo–, sin recibir en vida por ello ninguna compensación. Ahora se pretende que ni siquiera cobremos, mientras estamos aún en el mundo, de muchos espectadores o lectores que disfrutan de nuestras obras nada más aparecer éstas. Pero no vivimos del aire: como todo vecino, pagamos un alquiler, la comida, el calzado y la ropa, el transporte y todo lo que los internautas abonan sin rechistar y sin considerar que tienen “derecho” a ello gratis. La mayoría empezamos a escribir o a componer por lo que antes se llamaba “vocación”, sí, pero no vamos a seguir haciéndolo tan sólo por vanidad. Hay internautas que preguntan a los creadores damnificados por sus hurtos: “Pero, ¿no te halaga que centenares de millares de personas quieran ver tu película u oír tu canción y que por eso se las descarguen?” Es como preguntarle a un jamonero si no lo halaga que las masas le sustraigan sus jamones de bellota, de tan ricos que están. Lo más probable es que, a la larga si no a la media, ese gran jamonero cerrara el negocio y ya no hubiera jamón.
Esto es lo que seguramente va a pasar con la cultura y el arte. Dejarán de hacerse. Llegará un día en que ya no habrá más canciones ni películas ni series de televisión ni novelas nuevas, porque a ninguno nos compensará dedicar el larguísimo tiempo y el enorme esfuerzo que supone crearlas para recibir muy poco a cambio. Los internautas no van a variar ya sus costumbres, bien está; pero conviene que sepan que son como los cazadores insaciables que extinguen una especie o como las empresas sin escrúpulos que deforestan y emiten CO2 sin cesar, y amenazan los recursos de la tierra. Poco a poco condenan a muerte lo que tanto aman, la cultura y las artes, sobre todo las independientes. Tal vez la única solución sea que los Estados asuman su irresponsabilidad y acaben por financiarlas, y ofrezcan al pueblo gratis lo que éste ya se toma del sector privado, que también desaparecerá. Pero, ¿qué clase de cultura será la que dependa de los políticos? Ellos decidirán quiénes la hacen y quiénes no, y también sus contenidos, más pronto o más tarde. Un modelo soviético, o en el mejor de los casos mexicano. Un modelo dirigido, burocrático, politizado, funcionarial, en el que se premiará a los dóciles y a los amigos del Gobierno de turno, los únicos facultados para escribir libros y hacer cine o televisión. Dudo que los internautas deseen bajarse mucho de semejante producción. Nadie les va a alterar ya sus costumbres adquiridas y consentidas, pero no está de más que sepan hacia dónde nos llevan, más que nada para que luego no se les ocurra quejarse ni protestar.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Pieles finísimas

JAVIER MARÍAS ZONA FANTASMA
Pieles finísimas
JAVIER MARÍAS 27/09/2009
Parece que cada nueva generación de jóvenes tenga la piel más fina y sea más pusilánime, y que cada nueva de padres esté más dispuesta a protegérsela y a fomentar esa pusilanimidad, en un crescendo sin fin. Los adultos, luego, se alarman ante los resultados, cuando ya es tarde: se encuentran con que tienen en sus hogares a adolescentes tiránicos que no soportan el menor contratiempo o frustración; que a veces les pegan palizas (sobre todo a las madres, que son más débiles); que zumban a policías, queman coches e intentan asaltar comisarías (oye, qué juerga) porque se les impide prolongar un ruidoso botellón más allá de las tres de la madrugada, como acaba de ocurrir en la acaudalada Pozuelo de Alarcón; que, en el peor y más extremo de los casos, violan en grupo a una muchacha de su edad o más joven, como sucedió en un par de ocasiones en Andalucía hace unos meses; y que por supuesto abandonan tempranamente los estudios, cuando aún no tienen conocimientos para trabajar en nada ni –con el galopante paro– oportunidad para ello. Esos adolescentes pusilánimes y despóticos no suelen provenir de familias marginales o pobres (aunque, como en todo, haya excepciones), sino de las medias y adineradas. Son aquellos a los que se ha podido y querido mimar; si no afectiva, sí económicamente.
Los estudiantes de la Universidad inglesa de Cambridge aún pertenecen, en su mayoría, a estas clases más o menos desahogadas, y su piel es finísima a tenor de lo que han pedido y conseguido: nada menos que acabar con una tradición de doscientos años. Han decidido que la colocación en tablones de las listas con los resultados de los exámenes finales (exámenes públicos, así se llaman) es algo “demasiado estresante” para ellos, que les provoca “angustia extra e innecesaria” y les supone una “humillación”, ya que permite a terceros enterarse de si han suspendido o aprobado, y además, si no se da uno prisa en ir a verlas, antes que los interesados. El protector profesorado ha atendido a su petición, así que a partir de ahora recibirán sus notas por e-mail o podrán consultarlas online (está por ver) cuarenta y ocho horas antes de que sean expuestas. No es difícil pronosticar que a la siguiente generación esto le parecerá insuficiente, y que exigirá que esas listas no se cuelguen en absoluto, aduciendo que esa información sólo concierne a cada cual. Los adultos, al paso que vamos, no se atreverán a contrariarlos, con lo que se perderá otra de las motivaciones de los estudiantes para aplicarse, a saber: la vergüenza de quedar ante sus colegas como burros, vagos o incompetentes.
Mientras los niños y jóvenes se tornan cada vez más caprichosos, arbitrarios, quejicas y dictatoriales, los Gobiernos intervienen para convertir en delito el cachete que los padres solían dar a sus vástagos cuando había que ponerles límites o enseñarles que ciertos actos acarrean consecuencias y castigos, es decir, lo que todo el mundo ha de aprender más pronto o más tarde, pues, que yo sepa, los castigos no han sido abolidos en nuestras sociedades. Toda la vida se ha distinguido sin dificultad entre eso, un cachete ocasional, y una paliza en toda regla por parte de un adulto a un niño, algo condenable y repugnante para casi cualquiera que no sea el palizador. Quienes han prohibido el cachete no siempre se oponen, sin embargo, a enviar a la cárcel a menores de edad si éstos cometen un delito de consideración. Es el reino de la contradicción: a un chaval no se le puede poner la mano encima bajo ningún concepto, aunque haga barbaridades y no entre en razón (su piel es finísima), pero sí se le puede meter una temporada entre rejas para hundirle la vida y que se acabe de malear. Nada es seguro, claro está, pero es posible que ni los violadores juveniles ni los fascistoides de Pozuelo hubieran llegado tan lejos si hubieran recibido, en anteriores fases, alguna que otra torta proporcional y hubieran aprendido a temer las consecuencias de sus actos incipientemente delictivos. El temor a las consecuencias sigue siendo –lo siento, ojalá no fuera así– uno de los mayores elementos disuasorios, también para los adultos. Hay muchos, entre éstos, que no roban ni pegan ni matan tan sólo porque saben que los pueden pillar y que les caerá un castigo. Si esto, como digo, ha de aprenderse antes o después, no veo por qué dicho aprendizaje se retrasa ahora hasta edades en las que a veces es demasiado tarde: ¿cómo va a aceptar un joven que no puede hacer esto o aquello si a lo largo de sus quince o dieciocho años se lo ha educado en la creencia de que siempre se saldría con la suya, de que a todo tenía derecho a cambio de ningún deber, y de que sus acciones más graves no acarrearían más consecuencia que el rollo que le soltaran los plastas de sus padres o profesores?
Ya sé cómo algunos leerán este artículo: como una mera reivindicación de la bofetada. Miren, qué se le va a hacer. Puestos a ser tan simplistas como esos posibles lectores, prefiero que un muchacho se lleve alguna de vez en cuando a que se lo arroje a una celda demasiado pronto, sin capacidad para entender de golpe por qué diablos está ahí, o a que viole a una compañera en manada y se vuelva a casa creyendo que eso no tiene mayor importancia que ponerse ciego de alcohol en las felices noches de botellón.

martes, 15 de septiembre de 2009

Qué mal está siempre la juventud

REPORTAJE: vida&artes
Qué mal está siempre la juventud
Los brotes de violencia se repiten cada década - La rebelión de menores en Pozuelo no representa una generación peor

DANIEL BORASTEROS 15/09/2009

"Batalla campal por un rato más de música y copas", así, de forma sintética, explicaba un redactor de EL PAÍS la enorme trifulca entre jóvenes de clase acomodada y los agentes de la Policía Nacional.

"Batalla campal por un rato más de música y copas", así, de forma sintética, explicaba un redactor de EL PAÍS la enorme trifulca entre jóvenes de clase acomodada y los agentes de la Policía Nacional. Una bronca que concluyó con 46 heridos y 22 detenidos después de que "una avalancha de chicos agrediera a los agentes, que rodeados tuvieron que pedir refuerzos". Las cifras son correctas. Aunque no coincidan con el balance numérico de lo sucedido hace algo más de una semana en el municipio madrileño de Pozuelo, cuando una marea juvenil se extendió dejando atrás vehículos quemados y cientos de botellas voladoras, hasta a encaramarse a los muros de una comisaría. Sencillamente, describían una reyerta casi idéntica pero en otro pueblo, Las Rozas (a menos de 10 kilómetros de Pozuelo y muy semejante nivel socio económico) y en otro año. Concretamente, en 1995. Hace 14 años. El entonces alcalde de Las Rozas, Bonifacio de Santiago, declaró que había sido "gente de fuera del pueblo". Exactamente lo mismo que afirmó Juan Siguero, edil de Pozuelo, a la mañana siguiente de la batalla.

Desde 1979 las noticias que describen un fin de fiesta violento entre jóvenes y cuerpos de seguridad forman una larga ristra con al menos 20 llamativos titulares. ¿Estamos entonces ante un alarmante fenómeno nuevo? ¿Los jóvenes están peor que nunca? Policías, sociólogos, políticos, psicólogos y educadores, ahora, creen que no, pero con matices.

Sus posturas se dividen entre los que consideran que es un proceso de hace 30 años que va "in crescendo" según se deteriora la educación y los que, sencillamente, opinan que han cambiado las formas pero no el fondo de la búsqueda de identidad de la juventud a través de la rebeldía, aunque sea una rebeldía no muy bien digerida.

"¡En Majadahonda todos los años hay movidas! ¡A mí no me ha sorprendido lo de Pozuelo para nada!", quien lanza las exclamaciones es Dolores Dolz, concejal de IU por el Ayuntamiento de Majadahonda, otro de los vértices del rectángulo que conforman los ricos municipios del noroeste de Madrid. Para Dolz, las broncas son "frecuentísimas" desde hace más de una década, aunque reconoce la excepcionalidad de lo ocurrido en Pozuelo.

De manera más pausada, Carlos Lles, sociólogo urbano que ha elaborado los dos primeros estudios integrales sobre la juventud madrileña, se remonta a una conferencia en Barcelona a mediados de los noventa. La dio junto al psiquiatra Luis Rojas Marcos. El tema era la violencia en los jóvenes. "Entonces ya produjeron mucha alarma algunos casos en los que los chicos involucrados en los incidentes eran de clase media", rememora. Ya se hablaba de apatía, de falta de valores. Y de un desconcierto que invitaba a refugiarse en el alcohol.

"No es nuevo, está claro", observa Lles, quien sin embargo señala el asalto a la comisaría como un salto cualitativo. Un avance en la falta de respeto democrático que, en cualquier caso, no le resulta "sorprendente" y que apunta hacia una falta de transmisión de valores de los padres.

En ese punto, en los padres, también se detiene Francisco Birseda, de la oficina del Defensor del Pueblo. "Esto es más de lo mismo desde los ochenta", certifica Birseda, que establece un antes y un después entre las generaciones que aún vivieron, aunque fuera por referencias, la dictadura franquista y las primeras generaciones criadas ya en plena libertad. La frontera, en su opinión, son los años ochenta. "Desde entonces, los episodios violentos de los jóvenes son lo mismo", insiste, señalando que la educación de los chavales ha quedado exclusivamente en manos de los profesores, que se ven desbordados. "Puede que hubiera en su momento un gusto por enfrentarse a la autoridad porque se identificaba con la falta de libertad", sugiere Birseda, que ahora niega ese carácter a las revueltas juveniles.

Su jefe directo, Enrique Múgica, Defensor del Pueblo, achacó los acontecimientos a una progresiva falta de respeto de los jóvenes, empezando por sus maestros. Uno de los ejemplos que resaltó a ese respecto fue el de la pérdida del tratamiento de usted con los profesores, sintomático, en su opinión, de esa ausencia de referencia y autoridad de los chicos que, insistió, comienza dentro de las propias casas.

Sobre este asunto, también habló ayer el ministro de Educación, Ángel Gabilondo, que sostuvo que la solución no está en "eliminar sin más el tuteo" y consideró que lo importante no es "quedarse en los aspectos formales" sino respetar "a quien sabe más, tiene otra edad y otras experiencias".

Las algaradas juveniles se han repetido año a año desde hace tres décadas en Alcorcón, Móstoles, Las Rozas, Pozuelo, Getafe, Cáceres, Barcelona o Madrid. En ocasiones se ha tildado a los participantes de radicales. De chicos con una ideología subyacente. "Antisistemas", por ejemplo. Pero otras veces esa etiqueta ha sido más complicado colgarla, y entonces ha surgido la perplejidad. En esencia, todas tienen que ver con multitudes juveniles, alcohol y presencia policial.

"Hay de todo entre los chavales y entre los padres", matiza un veterano profesor de secundaria que prefiere no dar su nombre dada su condición de funcionario, que estima que los acontecimientos de Pozuelo son "un modo de pasar el rato y buscar emociones fuertes, algo que contar a los colegas pero sin un gran riesgo real porque la policía sabes que tampoco te va a matar. Es como un encierro, pero con guardias en lugar de toros".

Este educador también traza una línea que va desde la dictadura hasta el actual sistema de libertades y recuerda que estos jóvenes han sido educados por padres con un recuerdo, si no una experiencia directa, de la represión y el autoritarismo constante. "Los chicos son más individualistas y buscan una identidad perdida en la confrontación contra los otros", coincide el sociólogo Julio Alguacil en la idea de que la pelea es algo reafirmante y divertido para esta generación, que percibe el enfrentamiento violento como un juego sin riesgos.

En la búsqueda de esa identidad y del gusto por enmascararla entre la masa, hay quienes opinan que han jugado un papel importante las nuevas tecnologías. Es el caso de Lorenzo Navarrete, decano del Colegio de Politólogos y Sociólogos. "Hay una confusión entre la vida real y la virtual", sostiene este académico, que además apunta a que si la red social de una persona está compuesta por 7.000 personas, las posibilidades de que se sienta concernida por algo que le suceda a su círculo se amplían muchísimo. "No se considera que lo que uno está haciendo sea real, sino un juego", concluye. Y, por eso, el concepto de responsabilidad queda más diluido. La comunidad Tuenti, la favorita de los menores de 20 años, se ha llenado de comentarios sobre los incidentes de Pozuelo. Casi todos van en una dirección: "La policía se pasó".

Y en estas redes campa a sus anchas la generación Ni-Ni, o sea, que ni estudia ni trabaja. Así es como se adjetiva despectivamente -y con un punto de generalización cruel- a los nacidos en los años noventa. Unos chicos que no tiene muy buena fama entre los treintañeros que pasean por Pozuelo. "Es una generación que está perdida, no respetan nada", dice de un tirón Óscar. Su problema, opina este comerciante de la zona donde se produjo la batalla campal, es que "no hay autoridad que les acobarde". Stefan, camarero del Hotel Pozuelo, también confía a un parroquiano su propia teoría: "La democracia es buena para algunas cosas, pero no para botellón".

Los aludidos, los chavales que nacieron en los años noventa, resultan ser una heterogénea marea sin una voz conjunta. Por ejemplo, Victoria, de 15 años y estudiante de un centro privado de Pozuelo, piensa que lo sucedido fue "obra de los descerebrados de siempre. Los hay en todos los institutos, de pijos o no. Les parece muy divertido montar el pollo para luego vacilar por ahí contándolo". Lucía, también quinceañera, fue testigo de los sucesos y, aunque critica la actitud de los violentos, insiste en que la policía tuvo "mucha culpa porque iban contra todos, sin distinguir entre quienes estaban tirando botellas y los que sólo estábamos allí divirtiéndonos".

Una actitud benevolente con la mayoría de los adolescentes que el experto en programas de alcohol en jóvenes Santiago Agustín también comparte: "En muchos aspectos estamos mejor que en décadas pasadas", afirma Agustín, que concede que el consumo de bebidas entre los chicos "es altísimo", pero apostilla: "Como siempre de altísimo". "Parece que esto no ha sucedido nunca y todos se echan las manos a la cabeza, pero el problema de buscar una alternativa al ocio juvenil es ya muy antiguo", observa este psicólogo y educador juvenil.

Varios expertos señalan que esa búsqueda de ocio en el alcohol y la masa se convierte "en algo más sórdido por el botellón, que despoja ese ocio lógico que busca el ligar de todo ritual y lo transforma el algo hostil y violento".

"Es lo mismo de siempre, sí, pero peor, aunque desde luego no es un fenómeno de anteayer", replica Juan Antonio García Núñez, también psicólogo y especialista en menores problemáticos. Para García Núñez los chavales carecen de valores y han regresado a "los valores del cuerpo". En contraposición, opina, "a cosas sencillas como disfrutar de una puesta de sol o del respeto por la gente que te rodea".

"La estructura social cada vez contiene menos a los adolescentes", es su diagnóstico, y eso, sostiene, fuerza a los chicos al límite. En ese límite está la estructura policial. O sea, el avance hacia el último dique de contención. Los agentes y, en el caso de Pozuelo, hasta la propia comisaría.

Los agentes, como Felipe Brihuega, portavoz del Sindicato Unificado de Policía, no centran tanto su discurso en las generaciones y sus posibles diferencias educativas como en el hecho de que ahora se pongan a emborracharse, juntos, cientos de chicos en el botellón. "Eso viene del norte de Europa, aquí siempre se ha ido de cuadrillas, de vinos". Tampoco son los agentes quienes dan más importancia al hecho de que algunos chicos intentasen asaltar la comisaría. "En realidad tampoco la intentaron asaltar, fue una especie de provocación final", explica una fuente policial. Lo que sí saben los agentes desde hace muchos años es que una fiesta "llena de gente bebiendo alcohol" no se puede detener a golpe de pito. "Eso es un gran error, hay que ir avisando y que se disuelva poco a poco, por su propio peso, por cansancio", sentencia Brihuega.

Una reflexión compartida por Beatriz García, del Sindicato de Estudiantes. "Lo que ha habido es una represión policial excesiva", apunta esta chica de 26 años, que afirma que no está de acuerdo con "ese modelo de ocio basado en la bebida", pero que cree que los medios de comunicación han "distorsionado los hechos". Eso, dice, sin justificar el "comportamiento salvaje de esos chavales".

© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200

domingo, 13 de septiembre de 2009

Frente a la ira, cuente hasta cien, Francesc Miralles

REPORTAJE: intro PSICOLOGÍA
Frente a la ira, cuente hasta cien

FRANCESC MIRALLES 13/09/2009

Hacer 'lo que nos pide el cuerpo'. Algo que, ante situaciones que nos irritan, suele llevarnos a escaladas de violencia que no conducen a nada. Y luego nos arrepentimos. Éste es un pequeño manual para enfriar los ataques de ira.

Vivimos instalados en la inmediatez, y eso se traduce también en nuestras reacciones. Del mismo modo que cuando recibimos un correo electrónico o un SMS nos sentimos empujados a contestar sin demora, también cuando experimentamos una emoción tendemos a darle salida inmediatamente. Cada día asistimos a escenas de conductores que pierden los estribos, parejas que se comunican a gritos y jefes que se dirigen a sus empleados en un tono de voz hiriente. Uno de los problemas de las expresiones de furia son los daños que luego hay que subsanar. En unos segundos desafortunados se puede destruir una confianza que ha necesitado años para edificarse.

Una fórmula mágica

"La ira no nos permite saber lo que hacemos, y todavía menos lo que decimos" (Arthur Schopenhauer)

Uno de los fundadores de Integral, el editor Jaume Rosselló, explica que aprendió la fórmula contra la ira y sus estragos del primer director de la revista, Santi Giol, que solía difundir la máxima "Lo contrario es lo conveniente". Aplicado a las relaciones interpersonales, podemos entenderla del siguiente modo: en momentos de crispación, si aportamos la misma energía que nuestro oponente, sólo lograremos doblar la negatividad. En vez de solucionar el problema, lo empeoraremos. En cambio, si decidimos apostar por la emoción contraria, podemos revertir la situación.

Sin llegar a poner la otra mejilla, en el siguiente caso práctico entenderemos cómo opera esta fórmula mágica: imaginemos un empleado que está muy enfadado con su jefe porque éste no ha cumplido su promesa de aumentarle el sueldo. Le ha escrito un par de correos electrónicos, pero no ha obtenido más que silencio. Al percibir el tono de irritación en los mensajes, el jefe ha optado por no contestar. Esto no ha hecho más que aumentar la furia del empleado, que se siente empujado a solicitar una reunión para protestar airadamente. Sabe que con eso se juega el puesto, pero piensa hacerlo porque se lo pide el cuerpo.

Si dejamos que la escalada de energía negativa llegue a su culmen, el resultado será una pelea que destruirá definitivamente el vínculo entre ambos. Pero ¿qué sucedería si el empleado aplicara la estrategia de lo contrario es lo conveniente?

Puesto que su impulso natural es recriminar agriamente la promesa incumplida, la reacción contraria sería la amabilidad y el agradecimiento. Puede escribirle un correo electrónico conciliador en el que mencione los aspectos más positivos de trabajar en la empresa. Por chocante que parezca esta reacción, lo más probable es que ambas personas vuelvan rápidamente a la senda del entendimiento. Desaparecida la tensión, aumentan las posibilidades de que el empleado mantenga su trabajo e incluso vea a medio plazo el aumento de sueldo.

La prueba de las 24 horas

"Cuando te inunde la alegría, no prometas nada a nadie. Cuando te domine la ira, no escribas ninguna carta" (proverbio chino)

Gran parte de los conflictos interpersonales se podrían evitar sólo con retrasar la respuesta 24 horas. Cuando estamos en caliente, nos parece muy clara cuál debe ser nuestra reacción, y si no obedecemos a ese impulso nos parece que estamos perdiendo algún tren. Sin embargo, la experiencia demuestra que muy raramente nos arrepentimos de no haber hecho o dicho algo. Por tanto, si no somos capaces de hacer lo contrario de lo que nos dicta el temperamento, merece la pena como mínimo aguardar un día para revisar, con perspectiva, si nuestra respuesta es proporcional.

Un primer paso para desactivar una emoción explosiva es reconocerla como tal. Si aceptamos que nuestra visión del conflicto está deformada por la ira, habremos empezado a desactivarla. Un poco de sentido del humor hará el resto.

Si nos resulta difícil contener el sentimiento negativo que pugna por salir, como mínimo podemos buscar un filtro: una persona juiciosa y serena que nos diga si es tan urgente la resolución.

Tu enemigo es tu mejor maestro

La Biblia enseña a amar a nuestros enemigos como si fueran amigos, posiblemente porque son los mismos" (Vittorio de Sica)

Llevando al extremo la filosofía de lo contrario es lo conveniente, podemos considerar a nuestro enemigo como el mejor maestro. No hay defectos que molesten más que los que uno mismo también posee, por lo que hay que considerar a la persona que nos saca de quicio como un espejo de nuestras limitaciones. Es una visión ligada al budismo, pero también la recoge el poeta libanés Khalil Gibran: "He aprendido el silencio a través del charlatán; la tolerancia, a través del intolerante, y la amabilidad, a través del grosero".

Aunque no reconozcamos en nosotros las faltas que vemos en el otro, toda situación de violencia, engaño o injusticia es una oportunidad de revisar nuestras actitudes personales.

Un espejo revelador

"Aferrarse a la ira es como agarrar un trozo de carbón candente con la intención de arrojarlo contra alguien. Al final eres tú quien se quema" (Siddhartha Gautama)

Si observamos cómo se trata a sí misma una persona violenta, encontraremos las claves de su conducta, dado que nuestra relación con los demás es un espejo de la que tenemos con nosotros mismos. Sobre esto, el sociólogo norteamericano Eric Hoffer afirma: "Amemos siempre a los demás como a nosotros mismos. Hacemos daño a los demás en la medida en que nos lo hacemos a nosotros mismos. Odiamos a los demás en función de nuestro propio odio. Somos tolerantes con los demás si lo somos con nuestros defectos. Perdonamos a los demás cuando sabemos perdonarnos".

Por consiguiente, cuando nos enfadamos de forma desproporcionada con alguien, es muy posible que en el fondo estemos enfadados con nosotros mismos pero no nos hayamos dado cuenta. Es el caso de muchas personas cuya agresividad encubre un sentimiento de fracaso.

Antes de liberar a la bestia, deberíamos averiguar de dónde procede la furia, ya que el motivo aparente que la hace explotar puede ser sólo el detonante. Para enterrar definitivamente el hacha de guerra, un comprimido de lo contrario es lo conveniente en momentos de tensión puede ser el inicio de una gran amistad con el mundo y con uno mismo.
Para combatir la explosión

1. Libros

‘El arte de la compasión’,

del Dalai Lama (Grijalbo).

‘El libro de la sabiduría’,

de Osho (Gaia).

2. Películas

‘Dersu Uzala’, de Akira Kurosawa.

‘Toro salvaje’, de Martin Scorsese.

‘Haz lo que debas’, de Spike Lee.

3. Discos

‘Monday’s Ghost’, de Sophie

Hunger (Two Gentlemen).
El arte de la paciencia

"Nunca debemos excusarnos y decir que nuestros enemigos nos impiden practicar la calma, y que ésta es la causa de nuestra irritación. Si no somos pacientes, no estamos practicando con sinceridad. No podemos decir que el mendigo sea un obstáculo para la generosidad, ya que es justamente su razón de ser. Por otra parte, las personas que nos irritan y ponen a prueba nuestra paciencia son relativamente pocas. Y tenemos necesidad de personas que nos ofendan para ejercitar la paciencia. Encontrar un verdadero enemigo es tan poco frecuente que deberíamos alegrarnos de verle y apreciar los beneficios que nos regala. Merece ser el primero a quien ofrezcamos los méritos que él mismo nos permitirá adquirir, y es digno de respeto por el solo hecho de permitirnos practicar la paciencia”. (Dalai Lama)

jueves, 16 de julio de 2009

Entrevista a Xavier Sala i Martin

ENTREVISTA: VIENE DE PRIMERA PÁGINA... CRISIS ECONÓMICA GLOBAL XAVIER SALA I MARTIN Catedrático de Economía de la Universidad de Columbia
"El mundo de 2006 ha desaparecido"

JOSÉ MANUEL CALVO 16/07/2009

"En las crisis hay demanda de economistas, igual que en las epidemias hay demanda de médicos". Xavier Sala i Martin lleva 25 de sus 47 años en EE UU (Yale, Harvard, ahora Columbia), pero cada dos semanas se da una vuelta por España, preferentemente por Cataluña.

"En las crisis hay demanda de economistas, igual que en las epidemias hay demanda de médicos". Xavier Sala i Martin lleva 25 de sus 47 años en EE UU (Yale, Harvard, ahora Columbia), pero cada dos semanas se da una vuelta por España, preferentemente por Cataluña. Entre las peticiones para hablar de la situación económica y su pasión culé (es presidente de la Comisión Económica del Barça), vive entre las orillas del Atlántico. ¿Qué cambia, qué no cambia entre España y EE UU? "El estilo de vida cada vez se parece más, pero detecto aún mucho antiamericanismo, una cierta esquizofrenia: les imitamos y les odiamos".

Tras el pánico del otoño de 2008, el que se reflejó en aquellas primeras páginas, ¿qué es lo que le preocupa ahora a Sala? "Pues que cuando coinciden crisis y pánico, tendemos a olvidar lo aprendido antes. Por ejemplo, lo malos que son los déficit. Y en la UE y en EE UU estamos ya en unos déficit insostenibles. Pasamos del problema de la crisis al de la deuda, y lo malo de las deudas es que se tienen que pagar".

Sala i Martin acaba de intervenir en el Encuentro Financiero Internacional de Caja Madrid y EL PAÍS: crisis, crisis, crisis. Ahora, ante un espectacular plato de huevos fritos con chistorra, habla de la importancia de la psicología en la economía y de la ausencia de liderazgo en la crisis.

"La mayoría de los españoles no va a sufrir la crisis de manera directa. El paro es una catástrofe para el 18%, para el 20% de la población. Pero eso quiere decir que cuatro de cada cinco van a seguir trabajando. Las crisis son asimétricas: unos lo pierden todo, otros casi ni se enteran. Y sin embargo, la gente tiene miedo: no va al cine, a los restaurantes, bebe un vino más barato, no se compra ropa... Cunden el pesimismo y el malestar, pero por razones psicológicas más que económicas. Por eso es importante el liderazgo, para que la gente no funcione guiada por el miedo".

Y ahí es donde fallan los responsables: "Entiendo que el Gobierno tiene que dar ánimo, que no es bueno que cunda el pesimismo, pero la gente no debe ver que el líder está en las nubes. El líder tiene que ser creíble. Y Rodríguez Zapatero no ha encontrado la fórmula para serlo y a la vez dar ánimos". ¿Qué es lo que falta entonces? "Un plan. Se han aprobado medidas sin coherencia intelectual entre ellas, y eso es un error. Zapatero tendría que haber presentado un plan integral que diera la impresión de que sabía lo que hacía".

Y vuelve a los símiles médicos: "Al fin y al cabo, somos los médicos de la economía. El médico, si tienes un cáncer, no te dice que tienes un dolor de muelas, que no pasa nada. Te dice lo que tienes y te propone un plan para curarte. Decir la verdad y hacer lo que es necesario hacer: ésa es la esencia del liderazgo".

Lo que tiene que hacer el Gobierno es buscar la forma de ayudar al 20% que está en paro a volver al sistema productivo. "Yo ligaría el subsidio a que el parado se reciclara. Dejaría de llamarlo subsidio y lo llamaría, no sé, 18 meses de clases, no de paro. Un año y medio aprendiendo lo que sea: Excel, trabajo bancario, a ser camarero, lo que sea...; todo menos pensar que se va a volver a la construcción. El mundo de 2006 ha desaparecido. Todo ha cambiado. Hay que ir hacia la flexiseguridad, a proteger al trabajador, no al puesto de trabajo. Ahí está Dinamarca: en plena crisis, un 4% de desempleo".

Sala lleva en la solapa la insignia de la Copa de Champions que el Barça conquistó en Roma a finales de mayo. Hoy toca americana color naranja. Tiene 350, entre Nueva York, Barcelona y Cabrera de Mar. "Mis estudiantes de la Columbia hacen apuestas sobre el color de la del día siguiente y he tenido intentos de soborno". ¿Cómo empezó todo? "La primera vez que volví de EE UU traía mis jerséis de color pastel que estaban de moda cuando me fui; y encontré a mis amigos de color verde oliva. Vi que la gente se pone algo no porque le gusta, sino porque lo dice alguien en París o en Milán, y entendí que la moda es una dictadura militar. Yo soy amante de la libertad y de hacer lo que me da la gana, y dije: 'A partir de ahora, me vestiré como me dé la gana, digan lo que digan los dictadores de Milán y de París'. Me costó mucho, porque la gente se ríe, se meten conmigo, pero me da igual".

© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200

domingo, 7 de junio de 2009

Por qué casi nadie es de fiar (Javier Marías)

JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA
Por qué casi nadie es de fiar

JAVIER MARÍAS 07/06/2009

Si ustedes se fijan y hacen memoria o repaso, es probable que conozcan a poca gente que no anteponga algo más bien impersonal y abstracto a sus relaciones con las personas. Hay una frase que se repite con naturalidad en todos los ámbitos y que no sólo es aceptada, sino que por lo general “queda muy bien” y suscita admiración. Quien la pronuncia suele recibir aplausos y es visto como ejemplo de entrega, de abnegación, de altruismo y hasta de lealtad. Con sus obligadas variantes, se puede escuchar lo mismo en boca de un futbolista que de un político que de un guerrillero, no digamos ya en las de un nacionalista o un clérigo de cualquier religión, que cifran en ella su razón de ser. Yo la encuentro, sin embargo, una frase inquietante si no aberrante, que me lleva a desconfiar inmediatamente de todo el que la haga suya bajo cualquiera de sus infinitas formas. La frase en cuestión viene a decir que algo casi siempre inexistente –o cuando menos inaprensible, o intangible, o amorfo, o invisible– “está por encima” de todo lo demás, y desde luego de las personas: Dios o la Iglesia, España o Cataluña o Euskal Herría, la empresa, el partido, la ideología, el Estado, la revolución, el comunismo, el fascismo, el sistema capitalista, la justicia, la ley, la lengua, esta o aquella institución, este colegio, este periódico, este banco, la Corona, la República, el Ejército, el nombre de cualquier cosa, la cadena tal o cual de televisión, una marca, el Barcelona o el Real Madrid, la familia, mis principios, mi pueblo. Desde lo más ampuloso hasta lo más baladí, todo puede “estar por encima” de las personas y no hay ningún inconveniente en sacrificar o traicionar a éstas en aras de lo que para cada cual sea “sagrado” o “la causa”, ya se trate de ideales, entelequias o quimeras; de imaginarios incorpóreos las más de las veces.

No hay apenas diferencia entre lo que gritan los suicidas islamistas en el momento de inmolarse (“Alá es el más grande”, si no me equivoco) y el primer mandamiento de los cristianos (“Amarás a Dios sobre todas las cosas”, tal como yo lo estudié). El resto son variantes o copias de esta absolutista afirmación, aplicadas a lo que se le ocurra al cenutrio de turno, desde el “Todo por la patria” que ignoro si todavía corona en España los portales de los cuarteles hasta la “Revolución Socialista Bolivariana” o como quiera que llame Hugo Chávez a su proyecto totalitario en Venezuela, pasando por “el ancestral pueblo vasco”, el Rule Britannia, el Deutschland über alles, “la gran patria rusa”, o bien Hacienda, The Times o Le Monde, el Manchester United o la Juventus, la monarquía, la Constitución, la BBC o la RAI o TVE, el Papado o la revolución cultural, por supuesto “el pueblo soberano” y el nombre de cualquier empresa multinacional o local.

La frase en cuestión es a menudo rematada por otra similar, pero aún más explícita: “Las personas pasan, las instituciones permanecen”, como si estas últimas no fueran, desde la Iglesia hasta el Athletic de Bilbao, obra e invención de las personas, y en realidad no estuvieran al servicio de ellas, sino al revés. Lo cierto es que a lo largo de demasiados siglos se ha logrado hacer creer eso a la gente, que todos estamos al servicio de cualquier intangible y que somos prescindibles en aras de su perpetuidad. No es, así, tan extraño que esas afirmaciones categóricas y vacuas gocen de tan magnífica reputación, ni que quien deja de suscribirlas sea tenido por un apestado. ¿Cómo, que no está usted dispuesto a sacrificarse por la empresa, Fulánez? ¿Un soldado que no se apresta a morir por su país en toda ocasión? ¿Un revolucionario que no delata a sus vecinos? ¿Un fiel que pone reparos a hacerse saltar por los aires si con ello mata a tres infieles? ¿Un creyente que no abraza el martirio antes que abjurar de su fe? ¿Un futbolista que no rechaza una jugosa oferta económica para seguir con el club que lo forjó? He ahí ejemplos de un egoísta, un cobarde, un desafecto, un traidor, un apóstata, un pesetero. El que no pone algo por encima de sí mismo, de las personas y de sus afectos sólo se hace acreedor al insulto y al desprecio.

Y sin embargo … Yo me siento mucho más seguro y tranquilo en la compañía de quienes carecen de toda lealtad “superior”, de quienes nunca anteponen ninguna abstracción al aprecio por sus allegados, de quienes sólo se volverán contra mí por mis actos y no por ningún dogma ni creencia ni ideal. Es más, son esas las únicas personas en las que confío, y en cambio nunca podría hacerlo en un religioso ni en un político ni en un militar ni en un nacionalista, tal vez ni siquiera en un creyente ni en un militante ni en un patriota oficial, porque sé que cualquiera de ellos estaría presto a traicionarme o a sacrificarme. Llegado el caso, serían vasallos de lo que hubieran colocado “por encima”, e incondicionales de ello aunque reprobaran el proceder de quienes lo encarnaran. Por eso no me fío enteramente de casi nadie, tan extendido está el sentimiento que da lugar a esa frase. Y si ustedes se fijan y hacen memoria o repaso, verán también, bajo este prisma, de cuán poquísimos se podrán fiar.

© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200

Un grano de trigo (Almudena Grandes)

ALMUDENA GRANDES ESCALERA INTERIOR
Un grano de trigo

ALMUDENA GRANDES 07/06/2009

los libros recién hechos huelen bien, a primavera. La primavera huele a libros nuevos, esa fragancia inefable para la que no existen adjetivos ni sinónimos posibles, el olor que desprenden las flamantes cubiertas plastificadas, la intacta tirantez de los lomos adolescentes, tersos aún, sin una arruga. Los libros viejos, esos que posan sobre la piel una pátina tenaz, amarillenta, huelen igual de bien, pero su aroma es diferente. Los libros leídos huelen a vidas ajenas, misteriosas vidas de desconocidos, hombres de piel áspera, mujeres de uñas pintadas que los sostuvieron entre las manos cuando eran nuevos y olían a primavera, mientras aún desprendían el perfume de los libros recién hechos, papel, tinta y amor. Sobre todo amor.

El amor que inspiran los libros es una pasión compleja, tan difícil de explicar como la vida, a la que nutren y de la que se alimentan. El amor que reúne a un autor y a un lector alrededor de un diseño inmejorable, ese objeto tan simple y tan perfecto, tan barato, tan versátil, tan fácil de utilizar y reutilizar tantas veces, ligero, pequeño, fácil de transportar y rigurosamente dócil a la voluntad de su dueño, porque no necesita pilas, ni enchufes, porque nunca se cuelga, ni necesita actualizaciones, porque, más allá de la educación primaria, no requiere preparación alguna, y puede usarse igual debajo de la tierra y a nueve mil pies de altura –¿cómo pueden soportar los vuelos transoceánicos las personas que no leen?–, es de esos amores que le cambian la vida a cualquiera. Por eso es justo que la primavera ame los libros, que los libros se enamoren de la primavera.

Escribir un libro es inventar una isla desierta y desear apasionadamente un naufragio. Cada libro que se publica es un punto nuevo, una mota negra, redonda y diminuta, en el inabarcable azul del conocimiento, del pensamiento humano. Cada autor lo ha creado con sus playas y sus volcanes, sus ensenadas y sus peligros, sus selvas, sus desiertos. Y ha previsto que sea habitable, ha llenado sus mares de pesca y sus bosques de caza, ha escondido entre sus rocas estratégicos manantiales de agua potable, ha fecundado a conciencia sus llanuras para sembrar frutales y cocoteros, y se ha elevado a la altura de Dios, aunque haya tardado mucho más de seis días en crear todo esto y comprobar que es bueno. Después, irremediablemente humano otra vez, se ha limitado a cruzar los dedos para desear con todas sus fuerzas que un barco se hunda cerca de sus orillas, que al menos un hombre, una mujer superviviente, se deje salvar por las olas para recobrar la consciencia tumbado en la arena. A partir de ahí, todo el poder es del náufrago. De su voluntad depende que esa isla deje de estar desierta, que crezca, que se expanda, que se consolide como un continente fecundo y poderoso, o que esa mota negra, abandonada al azar de los mapas, pierda su forma, destiña su color, encoja de tamaño hasta convertirse en una sombra parda, después gris, un recuerdo borroso, frágil, polvoriento, por fin nada.

Claro que Robinson Crusoe me cambió la vida. ¿A usted no? No sabe la envidia que me da, porque eso significa que todavía podrá leerlo por primera vez. Que todavía podrá experimentar la emoción suprema de ese instante en el que Robinson sale de su cabaña, mira al suelo como todos los días, y ve en él una plantita verde, tierna, que le resulta conocida, porque es trigo, un grano de trigo que ha llegado hasta allí no se sabe bien cómo, porque él buscó afanosamente el grano que transportaba su barco sin encontrarlo jamás, y sin embargo, una sola semilla debió quedarse pegada en una tabla, en una caja, en el fondo de un saco, para desprenderse a tiempo, para caer en la tierra y recibir el agua de la lluvia, el calor del sol, hasta germinar a escondidas. ¡Oh, qué trampa sublime, oh, qué majestuoso artificio, oh, qué gloriosa osadía, oh, qué maravillosa rueda de molino, de esas que, al tragarlas, alimentan más que el pan! ¡Cuántos granos de trigo nos están esperando en todos esos libros que nos quedan por leer!

Si sale a la calle, si se deja guiar por la voluntad del sol en las mañanas lentas, perezosas, de esta primavera con prisas de verano, encontrará más de los que sea capaz de llevarse a casa en media docena de bolsas de plástico. Es posible que ahora mismo le estén llamando, que estén gritando su nombre, hasta sus apellidos, porque aunque usted no se lo crea, ya le conocen. Vaya a su encuentro, no lo dude. Mírelos, tóquelos, respírelos, sucumba a la borrachera de tinta que se desparrama desde el borde de todas las casetas de todas las ferias abiertas en casi todas las ciudades de España, y aspire su perfume. Porque los libros recién hechos huelen bien todo el año, pero cuando su olor se mezcla con el de la primavera, fabrican un aroma muy parecido al perfume de la felicidad.

© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200

La hormiga obrera, De niño hiperactivo a estrella de la televisión. La vida al límite de Pablo Motos. Por Juan José Millás

ENTREVISTA: VIDAS AL LÍMITE
Pablo Motos, la hormiga obrera

JUAN JOSÉ MILLÁS 07/06/2009

"Por las mañanas era el director de Radio Requena, y por las tardes, limpiacristales. Había días en los que estaba triste y la gente no sabía por qué: era porque estaba lloviendo y los cristales se ensuciaban más. Allí descubrí el humor. Cuando dejé de tomármelo en serio, se alivió el sentimiento de humillación". Pablo Motos, recientemente galardonado con el Premio Rose D'Ors, uno de los más prestigiosos de la televisión internacional, demuestra su talento para el monólogo contando aquí su propia vida. Desde el trabajo en radios locales hasta el espectáculo familiar de 'El hormiguero', a diario en Cuatro. Del niño hiperactivo al triunfador. No deja de tener los pies en la tierra, pero reconoce que se siente en una burbuja.

Pedí a Pablo Motos que me contara su vida y el resultado fue estremecedor.

-Yo -dijo- era un niño hiperactivo sin diagnosticar. Me pasaba la vida intentando hacer algo malo, romper algo. Una vez destripé dos teles, dos aparatos de radio y el de música para sacarles los altavoces, que después uní con un cable. Quería ver qué pasaba al enchufarlos todos a la vez, y resulta que sonaron 30 o 40 segundos antes de reventar. Pasado el tiempo, llegó un momento en el que todos mis amigos tenían tele en color, de modo que entré en el salón de mi casa y le dije a mi padre que necesitábamos una tele en color. Ésta va bien, dijo él señalando la de blanco y negro. Entonces la tiré al suelo y la rompí. Me pegaron, pero tuvieron que comprar una, y la compraron en color, claro. Que te pegaran resultaba doloroso, pero duraba poco en proporción a lo que conseguías, valía la pena. Para castigarme me encerraban también en un cuarto trastero que acabó siendo para mí como un segundo hogar. Me pasaba tardes enteras allí, a oscuras, porque no había luz, y me gustaba porque inventaba historias. Había en aquel cuarto una bici vieja en la que me montaba y pedaleaba durante horas hacia atrás, imaginando que iba por el campo y que elegía lugares para hacerme una casa, todo al tacto, claro, porque no se veía nada. Mis padres no tenían dinero. Un día, con gran esfuerzo, empapelaron la casa y dijeron que esa noche no se cenaba más que un bocadillo de una salchicha. Yo no lo quería, de modo que saqué la salchicha y la aplasté bien aplastada contra la pared recién empapelada. Lo más que me pegaban era 30 segundos. Poco a poco empecé a entrar en un mundo muy complicado, lo que se traduce en que comencé a delinquir. Entrábamos en las casas y robábamos cosas que luego vendíamos por ahí. Un día, en una persecución policial murió el Tani, un amigo, fue un día dramático. Pensé en mis amigos y me di cuenta de que los que no estaban en la cárcel estaban muertos, y me lo empecé a pensar. De todos modos, lo que a mí me centró fue que me compraron una guitarra. Para aprender a tocar iba a la peluquería de un gitano al que teníamos por un semidiós porque había tocado una vez con Manolo Escobar. Entre corte de pelo y corte de pelo me enseñaba cosas. Había allí una chica, hija suya, de la que estaba enamorado. Yo llegaba del colegio a la una y ése era el momento más importante del día porque la Mari atravesaba la pelu a esa hora y me sonreía o no me sonreía, y de esto dependía cómo era el resto del día. Los domingos me incorporaba a las juergas flamencas del peluquero y sus amigos. Podíamos estar tocando la guitarra 12 horas seguidas o más. Nos dábamos supergén en las uñas, porque si no saltaban enteras, de arriba abajo. Nos poníamos en cada uña un pegote de supergén para que aguantaran y luego lo recortábamos para darle forma. Durante aquellas horas en las que tocábamos y tocábamos sin parar, yo miraba a la Mari. Un día grabé una cinta de 120 minutos, 60 por cada lado, diciendo "quiero a la Mari, quiero a la Mari, quiero a la Mari...". Nunca me atreví a darle un beso, aunque un día le dije que me gustaba y me despreció y dejó de atravesar la peluquería a la una durante un tiempo. Iba al cole con poco provecho. Aprendí mucho, en cambio, de los gitanos. Hay una actitud de los gitanos frente a la vida, que ellos llaman "ser flamenco", que fue muy importante en mi formación. Casi sin darme cuenta me convertí en un virtuoso de la guitarra y empecé a enseñar a otros. Un día se me presentó un pijo que quería que le diera clases. Era hijo de un médico ilustre de la zona de Requena (Valencia), donde vivíamos. Aquello me cambió. Me di cuenta de que quería ser como él, de que quería tener sus Levi's, su equipo de música, de que quería llevar su vida. Y me lo dije así, con estas palabras: "Yo quiero ser un pijo". Hice un cambio increíble en mi vida, pasando de ser un delincuente a un tío que daba clases de guitarra y que actuaba de disc jockey en la discoteca de Requena. Me convertí en un profesor de prestigio. La nuclear de Cofrentes, que estaba allí al lado, hizo ricos a todos, cambió radicalmente el pueblo, y la demanda de clases era cada vez mayor. Me contrataron para dar clases en la Escuela Americana, adonde acudía gente de todo el mundo. Me convertí en un señor respetable y vi que eso me gustaba mucho. Un día, para promocionar la discoteca, hicimos una hora de radio en la emisora del pueblo, Radio Requena. Ése fue mi primer contacto con la radio y me enamoró, la radio me enamoró. Conseguí que me dejaran hacer una hora de radio a la semana e intenté hacerlo bien. Yo había hecho formación profesional en la rama de electricidad, pero de mala manera, de forma que mi incultura era patente. De repente, descubrí a los mejores de la radio, a Iñaki Gabilondo y a Luis del Olmo. Escuchándoles comprendí lo que significaba no haber estudiado. Entonces cogí un diccionario y empecé a leerlo desde el principio, aprendiéndome todas las palabras y su significado por orden alfabético, porque quería hablar con la propiedad con la que hablaban Iñaki y Luis. Llevaba un año en este plan cuando alguien me regaló un diccionario de sinónimos y antónimos que me deslumbró. Me parecía increíble la posibilidad de decir las cosas de cuatro o cinco formas distintas. Honradez, decencia, honestidad, integridad, rectitud, probidad... Con el tiempo me hicieron director de Radio Requena, lo que significaba que era el comercial, el que hacía el programa de la mañana, el que barría las oficinas y el que pagaba a los empleados. Tenía entonces 18 o 19 años. En Radio Requena conseguí muchas cosas: que todos los equipos fueran de buena calidad, por ejemplo, y que todo el mundo cobrara a fin de mes, porque yo era un buen comercial y captaba anunciantes, de modo que enseguida empezó a entrar dinero en la emisora. Y en ese momento, cuando estaba en la cumbre, va mi padre y dice que aquél no era un trabajo serio porque no tenía seguridad social. Te voy a dar yo uno de verdad, dijo, y me metió de limpiacristales en el hospital en el que él trabajaba de cocinero. Así que por las mañanas era el director de Radio Requena, y por la tardes, limpiacristales. Por la mañana vivía el éxito vestido con traje y corbata, y por la tarde, el fracaso con un mono azul. A veces, por la tarde me encontraba con clientes de la radio a los que había atendido durante la mañana en mi despacho, y me moría de vergüenza. Había días en los que por la mañana estaba triste y la gente no sabía por qué: era porque estaba lloviendo y los cristales se ensuciaban más y yo estaba más expuesto a las miradas de los otros. Tenía que hacer dos plantas diarias. Limpiaba las puertas de la entrada a toda velocidad para que no me vieran. Allí descubrí el humor. Cuando dejé de tomármelo en serio, se alivió el sentimiento de humillación. En éstas, un día me llaman de Radio Nacional de Utiel ofreciéndome Seguridad Social y más dinero, de modo que dejé Radio Requena. Se me llenaba la boca diciendo que trabajaba en Radio Nacional de Utiel. Pero allí fue donde me dije que nunca más volvería a moverme sólo por dinero. Yo estaba muy unido sentimentalmente a la gente de Radio Requena y me di cuenta de que en Radio Utiel no me querían a mí, sino mi cartera de anunciantes. Lo cierto es que empezaban a salirme muy bien los programas de radio y todo el mundo me decía que tenía que irme a Valencia. Así que grabé unas cintas con idea de llevarlas a todas las emisoras de Valencia. Empecé por Onda Cero, donde me recibió una de las personas más importantes de mi vida: Alo Montesinos, que era el director. Pasé en aquella entrevista tanto miedo, que cuando salí decidí que no iba a ninguna emisora más, ni a la SER ni a la Cope, que estaban en la lista de las que había pensado visitar. Al poco, sin embargo, Alo me llamó y me preguntó si me iría a Onda Cero cobrando la mitad de lo que ganaba en Radio Utiel. Le dije que sí y me fui a Valencia, donde enseguida empezaron a llamarme "el de la manta", porque me quedaba en la emisora por la noche, estudiando, ten en cuenta que yo no sabía nada, ni siquiera quién era quién, y tenía que fingir todo el rato que sabía más de lo que sabía. A eso de las cinco de la madrugada dormía en la manta unas horas, luego hacía el programa de la mañana, me iba a casa, me duchaba y volvía... Pero no sé, tú verás. Si voy deprisa o me enrollo en asuntos que no interesan, me lo dices.

Le digo que es todo muy interesante, pero que quizá convendría ir resumiendo, porque es para una revista, no para un libro. Y el resumen es que a partir de ahí todo es una sucesión de éxitos: empezó a colaborar con Julia Otero, que hacía entonces el programa estrella de la radio de tarde (Las tardes de Julia), y triunfó. Luego saltó a Madrid para hacer El Club de la Comedia para Canal + y triunfó. Le encargaron sacar adelante La noche de Fuentes y triunfó. Puso en marcha cinco obras de teatro y triunfó... Y en ese momento, cuando se encontraba en pleno triunfo personal, ganando más dinero del que había soñado nunca y siendo más famoso de lo que había sido capaz de imaginar en el cuarto oscuro, sobre la bicicleta vieja, se dio cuenta de que no era feliz y regresó a la radio. Por aquella época, Gomaespuma abandonaba el programa mítico que hacía en M-80, y la SER ofreció a Motos cubrir el hueco; allí se fue y triunfó con No somos nadie. En la radio formó el núcleo duro de guionistas y colaboradores que luego se llevaría a Cuatro a El hormiguero y con los que trabaja actualmente: Juan y Damián, que interpretan a Trancas y Barrancas; Juan Herrera, un hombre maduro, de talento extraño, que reúne los saberes más raros y marginales que quepa imaginar; Marron, el tipo desgarbado de El efecto mariposa; Raquel, con la que interpreta la sección Se va a liar parda. A ellos se incorporarían también los magos Luis Piedrahíta y Jandro, o Flipy, el científico loco, además de El hombre de negro, del que sólo sabemos que va de negro. También está Laura, claro, su mujer, que lo acompaña desde los tiempos de Valencia, actuando en ocasiones como productora y a veces como compañera de micrófono, pero también como guionista y coordinadora de guionistas. De Laura dice que le ha salvado la vida porque él es muy dado a los excesos y ella tiende a ponerle límites.

-Laura -añade- es mejor persona que yo, más tranquila que yo, más sensata, y me ha salvado la vida varias veces. Mira, la primera vez que hice dinero de verdad fue gracias a las campañas de publicidad de un tío que fabricaba chicles adelgazantes. Pasé de ganar 80.000 pesetas a ganar 2 millones. Pero el tío me estafó y desapareció dejándome en la ruina. Pasé de vivir como un rey a deber 30 millones a la emisora de radio. Como me había robado el futuro, decidí buscarlo y matarlo. La filosofía de este tío era cómprate un ático para mirar a la gente desde arriba, y un buen reloj, que es el signo del éxito. Yo sabía que vivía en Barcelona, en un ático del paseo de Gracia, y había pensado arrojarlo a la calle desde allí. Pero Laura me salvó de hacer aquel disparate. Recuerdo que me quedaban en el banco 200.000 pesetas y que me gasté 170.000 en un Cartier. Ahora, cada vez que miro el reloj, me acuerdo de lo fácil que es arruinarse en unas horas, me acuerdo también de dónde vengo cada vez que miro la hora; así que cuando me va bien, me regalo un reloj.

-¿Y qué pasó con los 30 millones?

-Correspondían a publicidad contratada; la emisora me perdonó 10, y el resto lo fui pagando poco a poco.

Pablo Motos es un hombre menudo y atlético. Su brazo, al tacto, parece un trenzado de cables de acero. Sin embargo, hubo una época de su vida en la que sólo era menudo. Quizá una de las cosas que imaginaba mientras pedaleaba hacia atrás en la bicicleta del cuarto oscuro era convertirse en atleta. De ser así, también ese sueño se ha cumplido, pues al poco de que comenzara a hacer El hormiguero, Men's Health, una conocida revista dedicada al cuidado masculino, le propuso someterse a un programa de alimentación y ejercicio físico con el que le aseguraron que su cuerpo cambiaría radicalmente en cuatro meses. Motos aceptó el reto y a los cuatro meses fue portada de la revista: tan espectacular había sido la transformación. Durante ese tiempo modificó sus hábitos. Dejó de comer hidratos por la noche y comenzó a tomar proteínas.

-Empecé también a beber agua -añade-, dos litros al día, y de repente mi vida entera desapareció y apareció una nueva, con sus cosas malas, que también las tiene, porque cuando te metes en esto nadie te dice, por ejemplo, que vas a estar con agujetas no un día ni dos, sino semanas enteras. ¿Recuerdas cuando en la adolescencia te dolía el cuerpo y tu madre te decía que era el "estirón"? Pues es más o menos así. El cuerpo cambia con dolor. El entrenador me decía que disfrutara del sufrimiento porque el sufrimiento era bueno. En los primeros días multiplicas tu fuerza por dos, lo que resulta muy estimulante. La ropa te cae bien, te cae bien todo lo que te pones, y la cabeza te funciona mejor. Yo conseguí, por ejemplo, no gritar en el plató. Cuando un presentador grita en el plató, todo el mundo lo odia. Primera norma: no hay que gritar jamás en el plató. Otro de los peligros de esto es que te atrapa tanto, que te conviertes en un friki del ejercicio físico y de la alimentación, o sea, que de esto no se sale normal.

Para demostrarme que de esto no se sale normal, Motos me lleva al despacho que tiene en una habitación de su casa, abre un armario empotrado y me muestra una colección completa de parafarmacia donde hay proteínas en bote, y cajas y cajas de omega?10, resveratrol, ginseng, melatonina... El resveratrol, me dice, es el antioxidante más fuerte de los conocidos. Veo también complejos vitamínicos y cápsulas para la memoria muy populares, por lo visto, entre la gente del teatro. Mientras yo leo, fascinado, la tapa de los envases, Motos me explica los mecanismos del envejecimiento y el papel que cumplen en él las sirtuinas, unas enzimas muy de moda que regulan los procesos metabólicos. Antes de cerrar las puertas que guardan aquel tesoro, me regala una caja de Ginkgo Biloba y otra de Berocca, las dos para la memoria, además de un par de botes de melatonina, la famosa hormona del sueño.

Un día en la compañía de Pablo Motos equivale a una semana en la de una persona normal. Se levanta al límite, desayuna al límite, entrena al límite, vive las reuniones de El hormiguero al límite, se concentra una hora antes de empezar el programa al límite, se angustia antes de salir a escena al límite, y desea hasta la locura que se vaya la luz en toda España para que nadie vea ese día la televisión. Pero la luz no se va, y aparece una noche y otra en directo y hace, al límite, el mejor programa de entretenimiento familiar de la parrilla. Por la noche vuelve a casa al límite y se acuesta al límite y duerme al límite y sueña al límite.

También cuida a su gente al límite.

-Es muy fácil hacer daño a un guionista -dice-, un "no" a una idea es un puñetazo a la autoestima. Hay que saber gestionar el "no", y uno de los modos de hacerlo es exponerse, yo me expongo como ellos. A mí me molesta mucho la gente que dice "no", y resulta que en este equipo me ha tocado a mí hacer ese trabajo. Pero si me dicen que no es posible un proyecto de iluminación, yo lo llevo a cabo, si me dicen que el sonido no se puede mezclar mejor, yo demuestro que sí. En cuanto a las ideas, hay que observarlas desde fuera. Hay una cosa que llamamos "chistes de guionistas", que son aquellas historias con las que ellos se mueren de risa, pero cuya gracia está ligada sólo a ese momento. Si no distingues un chiste de guionista de una buena idea, estás perdido. Con las ideas malas también has de llevar cuidado. A lo mejor una idea que no está bien del todo acaba saliendo a base de darle vueltas.

-¿Qué pasa cuando un guionista atraviesa una racha de sequía?

-Cuando un guionista está en baja forma, se le deja en paz, cero presión. Si le aprietas, no se le ocurre una idea buena en un mes. Todos pasamos por esas etapas. Lo bueno de mi equipo es que cuando hay alguien en esa situación no se nota porque el resto del equipo lo suple. Y aquí no se le grita a nadie, no se discute nada de malas maneras.

-Cuando te dan una buena idea, ¿preguntas de quién es?

-No, no lo pregunto porque no sabemos a quién pertenece. A lo mejor alguien ha tenido una idea mala que ha evolucionado a una idea buena. Para que veas la importancia que le doy al trabajo de equipo, cada día, en los créditos, sale un guionista como número uno del equipo, y van rotando.

-En cuanto a la fama...

-La fama... Si un sábado sales de compras, al volver a casa te has hecho cien fotos con la gente. Si en vez de mirar lo incómodo que es piensas que le has arreglado el día a alguien, cuesta menos. Me gusta ver el rostro de la gente enganchada a El hormiguero y hacerles felices con un autógrafo para sus hijos. También es cierto que al final acabas saliendo menos de casa. La fama sirve para que te hagan la vida más fácil que a los demás. Si vas a un hospital y no hay camas, al cuarto de hora hay camas. Tuve un problema con el ADSL y me lo arreglaron en dos días. Te ven en turista en un avión y te pasan a primera. En una discoteca, en Valencia, me puse a la cola, y los que estaban delante de mí me dijeron que qué era eso de hacer cola y me obligaron a pasar el primero. La tele te da la oportunidad, si eres feo, de convertirte no en una persona guapa, pero sí atractiva. Se te acercan las mujeres más despampanantes con cara de admiración. Pero es todo un espejismo. Tengo, día a día y minuto a minuto, la conciencia de que todo esto es un espejismo. Se trata de una etapa que viviré y luego regresaré a la normalidad.

-¿Qué es la normalidad?

-La normalidad es la radio.

Motos es asmático, así que de vez en cuando saca el Ventolín del bolsillo y se aplica una ración de broncodilatador. También utiliza con frecuencia un inhalador nasal. Acaba dando la impresión de que tiene que ganarse el oxígeno con un esfuerzo suplementario, como si respirara al límite también.

-Un día -me cuenta-, al mes de comenzar el programa de M-80, por puro estrés, supongo, estaba en casa y comencé a respirar mal. Cada vez que respiraba cogía menos aire. Supe que me iba a morir. Entonces entró Laura por casualidad en la habitación y yo le dije con un hilo de voz: "Hospital". Disponía del oxígeno justo para pronunciar esa palabra, si hubiera tenido que pronunciar dos, me habría muerto. Me metió en el ascensor, cogimos un taxi que apareció milagrosamente a la puerta de casa y entré en urgencias, donde me dieron un pinchazo de Urbasón en el pecho. Me pusieron también oxígeno y me dejaron en una sala donde había un señor en una silla de ruedas mirándome. Como no notaba ninguna mejoría, dije: ¡Hostias, qué muerte más absurda! Y entonces, de repente, entró una bocanada de oxígeno y comprendí que el oxígeno era la hostia. No sabes lo que es darte cuenta de lo puta madre que es respirar.

-¿La audiencia es oxígeno?

-Una audiencia baja es como quedarse sin oxígeno. Te quedas sin energías. Como si te hubieran puesto encima un peso de 80 kilos. El éxito da unas energías sin límite, un sentimiento de levitación increíble.

Motos dice que se deprime los fines de semana, pero no hay que creerle porque al poco te cuenta que las mejores ideas se le ocurren los domingos por la mañana.

-¿Cómo es tener una idea?

-Como quedarse embarazado. Al principio no sabes si es buena o no. Pero cuando aparece una idea, yo sólo vivo para ella, sólo hablo de ella, dedico todo mi tiempo a ella. Y al final se convierte en una realidad.

Al despedirme, después de una jornada agotadora y feliz, tuve la impresión de que Pablo Motos no se había bajado de aquella bicicleta del cuarto oscuro de su casa y en la que pedaleaba al revés (y al límite) imaginando que pasaba por lugares donde le saludaban mujeres hermosas y le pedían autógrafos, donde era un atleta, donde se hacía casas grandes y luminosas, donde tenía su propia productora de televisión... Lleva cuidado con lo que deseas en la juventud, porque lo tendrás en la edad madura.

© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200

domingo, 31 de mayo de 2009

Un madridista enloquecido de Javier Marías

JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA
Un madridista enloquecido

JAVIER MARÍAS 24/05/2009

No sería yo un madridista noble (eso no es un oxímoron, ni –ay– tampoco una redundancia) si dejara pasar aquí el humillante 2-6 que nos ha infligido esta temporada el Barça. Nunca creí que me tocaría revivir una sensación como la de 1973, cuando Cruyff y los suyos ganaron 0-5 en Chamartín. Lo más pesado de aquello fueron los muchos años que les duró la exaltación a los barceloneses. A finales de 1974 yo me fui a vivir a Barcelona, y hasta que me marché, en 1978, cada vez que me presentaban allí a alguien y ese alguien se enteraba de que yo era madrileño (mi madridismo no era por entonces vox populi), agitaba la mano abierta durante unos segundos y acompañaba el gesto de una sonrisita más enigmática que amistosa. ¿Por qué saludarán de esta forma tan rara?, me preguntaba. Hasta que comprendí que se trataba, invariablemente, del recordatorio de los cinco goles (lo que se llama, en efecto, “una manita”) que habíamos encajado en nuestro campo. Ahora no sé a qué ademán recurrirán para restregarnos ese 2-6, quizá nos saluden con las dos manos, una abierta como entonces y la otra con el índice enhiesto, o acaso opten por levantarnos el dedo corazón, para mayores grosería y escarnio.

No es que yo esperara nada del Madrid. Es más, en una entrevista del diario As había pronosticado un 1-2 a favor del Barça y había reconocido el abismo existente, a lo largo de la Liga, entre el juego de los dos equipos. No me costó demasiado rendirme a la evidencia. Cualquier buen aficionado al fútbol, independientemente de sus colores, sabe ver que el Barça juega de maravilla, y lo que siente es sobre todo envidia. Ahora bien, ese equipo se ensañó en su superioridad, algo que el Madrid no suele hacer: recuerdo cómo, hace años, tras meterle el Madrid de Valdano un 5-0 en Chamartín, aflojó el ritmo, no quiso humillar al rival ni hacerle sangre. De manera que, cuatro días después, cuando el Barcelona visitaba Londres para enfrentarse al Chelsea en la Copa de Europa, decidí ir con los de Stamford Bridge pese a que en el partido de ida, en el Nou Camp, había ido con los culés. Que un madridista pueda ir con el Barça en alguna ocasión es algo que irrita sobremanera a los seguidores de este club. Primero se quedan desconcertados, creyendo que se les toma el pelo. Luego, al ver que uno va en serio, buscan una razón negativa: “Ah, ya. Como el Barça sólo ha ganado hasta ahora dos Copas de Europa, preferís que no se acerquen otros a las nueve que habéis conquistado, como el Milán con sus siete o el Liverpool con sus cinco”. Sólo parecen concebir motivaciones mezquinas.

Así que llegó el día del Chelsea, y aunque este fue mi equipo inglés favorito (antes de que lo comprara el magnate ruso Abramovich, que lo ha ensuciado), a los pocos minutos me di cuenta de que “no me salía” apoyarlo, pese a mi determinación previa. Quizá me influyó que la persona que más quiero es culé apasionada, y pensé que estaría sufriendo. Y sin duda el hecho de que, aunque bastantes catalanes no nos tengan a los demás por tales, yo no puedo evitar sentirlos compatriotas, es decir, parte de mí o de nosotros (guste o no, son ya muchos siglos caminando juntos y padeciendo infortunios semejantes). Considero a Guardiola un hombre inteligente y además me cae bien, lo mismo que el grueso de los jugadores actuales (aparte Henry y Alves y Eto’o, tirando a chulos). Tan sólo cuatro días después del 2-6, por tanto, me vi animando al Barça y me alegré cuando Iniesta marco el gol del empate. Claro que unos minutos más tarde empecé a arrepentirme, al ver a sus hinchas con camisetas que llevaban estampado: “2-6, yo estuve allí” o alguna memez por el estilo. Estuvimos todos, qué se creen.

Ya no sé qué hacer, estoy enloquecido. El miércoles próximo el Barcelona disputa la gran final contra el Manchester United, que me cae como un tiro, entre otras razones por el antimadridismo furibundo de su chicloso entrenador, Ferguson, que se dedica a propalar falsedades sobre los títulos ganados por el Madrid en la época de Di Stéfano, afirmando que se los debió a Franco (hay que ser tonto: como si Franco hubiera tenido nunca influencia en Europa y el Madrid no hubiera sido una presa más del franquismo). Iré, así pues, con el Barça, para rabia de culés rabiosos. Al fin y al cabo su fútbol me encanta, y además forma parte de la historia pasional de cualquier merengue.

En cuando al 2-6, todos los futboleros sabemos cuán poco duran las tristezas y las alegrías. Tras el 0-5 de 1973, el Madrid se levantó y cayó varias veces. Pero ganó tres Copas de Europa más, en 1998, 2000 y 2002, tantas como espero que el Barça haya obtenido en toda su historia después del miércoles. Eso sí que no hay quien lo mueva, eso sí que no se olvida. Sólo confío en que nuestro futuro Presidente traiga de entrenador a Laudrup (en vez de a un paquidermo), el único técnico actual que puede competir con Guardiola en juventud, inteligencia, educación, modestia, atención a la cantera y concepción generosa del juego. A los madridistas no nos basta con ganar, y él es el único que puede conseguir un día que veamos a una especie de Barça vestido de blanco.

© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200

lunes, 13 de abril de 2009

Bachillerato con adultos, Javier Marías

JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA

Bachillerato con adultos
JAVIER MARÍAS 12/04/2009

En el irreversible proceso de deterioro de la lengua hablada y escrita en España, se está ya alcanzando la fase más irritante y escandalosa, que es aquella en la que quienes hablan y escriben mal creen además hacerlo bien, y se permiten señalar como “incorrecciones” en otros lo que justamente sí es correcto. Es el mundo al revés, como se lamentaban nuestras abuelas. Las personas que afean usos correctos no son sólo ignorantes, sino temerarias y perezosas, pues ni siquiera se molestan en comprobar si llevan razón. Están convencidas de tenerla porque la mayoría ya habla y escribe como ellas, y dan por sentado que un error de muchos se convierte automáticamente en acierto. Por supuesto que todo el mundo puede hablar y escribir como le venga en gana, eso no está multado: no soy ningún purista, la lengua está en evolución permanente, la conforman los usuarios, y hay palabras que, por el insistente significado erróneo que éstos les han dado, han pasado a querer decir también algo distinto de lo que significaban, o aun opuesto. Así “álgido” y “lívido”. Eso no supone, sin embargo, que “álgido” y “lívido” ya no puedan ser empleadas en sus acepciones originales, de “glacial” y “amoratado” respectivamente, y sería ridículo –además de necio– reprocharle a alguien tales usos. Pues el equivalente a esto último es lo que está ocurriendo.
Hace ya años que algunos lectores me han acusado de recurrir al verbo “deber” para expresar una inferencia, ignorando que, así como no puede nunca decirse “deber de” para lo imperativo (esa es precisamente la fórmula para la inferencia: “debe de haberle sentado algo mal”, y jamás “el Gobierno debe de atender nuestras peticiones”, como sueltan casi todos los políticos y locutores), sí puede decirse “deber” a secas para las suposiciones: “debe ser amigo suyo” es correcto, y yo a veces, por una cuestión silábica y de ritmo de la prosa, he omitido el “de” en teoría preceptivo en estos casos. Es una opción, no una incorrección.
Pero lo que me mueve a escribir este artículo es que hace poco un respetable y veterano periodista se dirigió a este suplemento “suplicando a quien corresponda que ponga remedio al insoportable loísmo de Marías”. Me reprochaba escribir “LO” a menudo cuando, según él, “corresponde LE”, y ponía como ejemplo flagrante una columna mía sobre Bernhard en la que yo decía, refiriéndome siempre al autor austriaco, “Y se LO leyó, ya lo creo que se LO leyó … No fueron pocos los novelistas que LO imitaron”. Y luego: “Se LO leyó bastante mal”, y también “… que se LO tradujera”. Tan insoportable le parecía todo esto al periodista que instaba a alguien responsable a impedirme seguir incurriendo en lo que para él era “ese defecto lingüístico”. Le contesté privadamente, pero quizá no esté de más aclarar la cuestión también públicamente, y esto es lo que vine a explicarle:
“Muy señor mío: Gracias por su carta relativa a mi supuesto defecto de ‘loísmo’, y por lo tanto por su atención. Debo decirle, sin embargo, que usted considera defecto algo que es absolutamente correcto, como comprobaría si se molestara en consultar una gramática. Lo correcto en español, cuando se utilizan verbos transitivos como ‘leer’, ‘imitar’ o ‘traducir’, es utilizar ‘lo’ aunque se trate de personas. Así, decir ‘A Juan lo vi ayer en la calle’ es más correcto que ‘A Juan le vi ayer en la calle’, aunque esta última opción sea muy frecuente en España y esté ya admitida y aceptada. Rara vez verá, pese a ello, que la empleen ningún andaluz ni ningún latinoamericano, que observan más que otros hispanohablantes la mayor corrección de ese ‘lo’. Si se tratara de una mujer, diríamos todos, sin duda, ‘A Juana la vi ayer en la calle’, y nunca ‘A Juana le vi ayer en la calle’, lo cual le indica que Juan y Juana son acusativos o complementos directos, según las antiguas denominaciones, y que por ello lo más correcto es decir ‘lo’ y ‘la’, respectivamente, en la frase puesta como ejemplo. A usted le parece ‘insoportable’ mi ‘loísmo’. Está en su derecho, pero antes de calificarlo de ‘defecto lingüístico’, cerciórese de que lleva razón. Señalar como defecto lo que precisamente es correcto sí que me resulta a mí insoportable”.
Me temo que a estas alturas el lío con “lo”, “le” y “la” es mayúsculo entre los hablantes, abandonados desde hace lustros a una educación grotesca. En el afán por evitar el “laísmo”, que está especialmente condenado y es muy feo, oigo sin cesar frases como “A Isabel hay que ayudarle”, o “que oírle”, o “que temerle”, cuando debería ser “ayudarla”, “oírla” y “temerla”. Quizá va siendo hora de recuperar las viejas reglas para saber si un verbo es transitivo y exige “lo” (aunque “le” esté admitido) y “la” para sus complementos directos masculino y femenino, respectivamente. Uno se preguntaba, recuerdan: ¿Qué o quién es lo leído, imitado, traducido, visto, ayudado, oído o temido? Bernhard, Juan, Juana, Isabel. Luego “lo” y “la” en todos los casos, o, si se prefiere, “le” en los de Juan y Bernhard. Parece mentira que haya que volver al bachillerato con adultos, maldita sea.

lunes, 30 de marzo de 2009

El desprestigio de la FP

El desprestigio de la FP

Es hora de fomentar la Formación Profesional y de acabar con los prejuicios en su contra


EL PAÍS - Opinión - 24-12-2007
Cada año salen al mercado más titulados universitarios que de Formación Profesional. Unos 190.000 frente a unos 150.000, respectivamente. Nadie parece haberse parado a pensar o, al menos, a exponer los perjuicios crecientes de esta situación tanto para el equilibrio del mercado laboral como para el desarrollo del país y para los intereses de los afectados de forma más inmediata, los jóvenes. La pirámide se está invirtiendo y si cada vez hay más titulados universitarios que saben, por ejemplo, hacer proyectos, no sucede lo mismo con quién los va a ejecutar.
Lo que cobran los universitarios cuando entran en el mercado laboral se está acercando cada vez más a lo que ganan los jóvenes que han cursado sólo la educación obligatoria, es decir, la ESO. La FP -que es la otra opción al Bachillerato después de conseguir el título de ESO- está en un punto intermedio, pero el 80% de los titulados en ella en muchas comunidades encuentra trabajo en su campo antes de seis meses. No les pasa lo mismo a los universitarios.
La FP sigue considerándose socialmente como la opción para los estudiantes que no están capacitados para ir a la Universidad. El 71% de los padres de alumnos de 16 años quiere que su hijo tenga estudios superiores. La consecuencia es que sólo 3 de cada 20 alumnos que acaban la ESO eligen la FP en lugar del Bachillerato. Esta situación no encaja, además, con que el 30% de los alumnos de esa edad ni siquiera logra el título de ESO.
A estas creencias populares que desprestigian injustamente una opción educativa (compuesta por dos etapas, FP de grado medio y FP de grado superior) que forma profesionales imprescindibles para el sistema productivo español, se une la falta de voluntad política para buscar una solución, más allá de las buenas palabras que siempre expresa el Gobierno de turno sobre la FP. Esta etapa necesita un verdadero vuelco, precisa repensar sus dos conexiones: con el mundo empresarial y con el ciudadano. Sería deseable meterla directamente en las empresas, darla a conocer bien en los colegios e institutos e incentivar su elección. Y no sería mala idea incluso cambiarla de nombre, como proponen algunos expertos.
En otros países, la FP no está desacreditada ni mucho menos. Más bien al revés. Sólo el 36% de los jóvenes españoles ha hecho una Formación Profesional de grado medio, casi la mitad que en Alemania (67%) o en Italia (62%), y estamos a años luz también en este tema del país ejemplar en todas las cuestiones educativas: Finlandia. Allí, el 81% de los alumnos cursan este tipo de formación, muchos de ellos para tener una preparación práctica antes de ir a la Universidad.
No debe confundirse el derecho de todos los alumnos a ir a la Universidad con la necesidad de que todos lo hagan. El sistema educativo que necesitan los ciudadanos del siglo XXI después de cursar la educación obligatoria debe ser ante todo flexible.

(Editorial de El País)
Muy interesante el artículo de Jesús Mosterín publicado en El País, sobre la campaña de la Iglesia en contra del aborto:

TRIBUNA: JESÚS MOSTERÍN
Obispos, aborto y castidad
La Iglesia católica ha puesto en marcha una campaña fundamentalista con el fin de paralizar la revisión de la ley de aborto vigente. Pero también prohíbe la contracepción. Sólo permite la castidad o el natalismo salvaje Por JESÚS MOSTERÍN
JESÚS MOSTERÍN 24/03/2009
La actual campaña de la Conferencia Episcopal contra los linces y las mujeres que abortan pone de relieve el patético deterioro de la formación intelectual del clero, que si bien nunca ha sobresalido por su nivel científico, al menos en el pasado era capaz de distinguir el ser en potencia del ser en acto. ¿Dónde quedó la teología escolástica del siglo XIII, que incorporó esas nociones aristotélicas? ¿Qué fue de la sutileza de los cardenales renacentistas? La imagen de deslavazada charlatanería y de enfermiza obsesión antisexual que ofrecen los pronunciamientos de la jerarquía católica no sólo choca con la ciencia y la racionalidad, sino que incluso carece de base o precedente alguno en las enseñanzas que los Evangelios atribuyen a Jesús.
La campaña episcopal se basa en el burdo sofisma de confundir un embrión (o incluso una célula madre) con un hombre. Por eso dicen que abortar es matar a un hombre, cometer un homicidio. El aborto está permitido y liberalizado en Estados Unidos, Francia, Italia, Portugal, Japón, India, China y en tantos otros países en los que el homicidio está prohibido. ¿Será verdad que todos ellos caen en la flagrante contradicción de prohibir y permitir al mismo tiempo el homicidio, como pretenden los agitadores religiosos, o será más bien que el aborto no tiene nada que ver con el homicidio? De hecho, el único motivo para prohibir el aborto es el fundamentalismo religioso. Ninguna otra razón moral, médica, filosófica ni política avala tal proscripción. Donde la Iglesia católica (o el islamismo) no es prepotente y dominante, el aborto está permitido, al menos durante las primeras semanas (14, de promedio).
Una bellota no es un roble. Los cerdos de Jabugo se alimentan de bellotas, no de robles. Y un cajón de bellotas no constituye un robledo. Un roble es un árbol, mientras que una bellota no es un árbol, sino sólo una semilla. Por eso la prohibición de talar los robles no implica la prohibición de recoger sus frutos. Entre el zigoto originario, la bellota y el roble hay una continuidad genealógica celular: la bellota y el roble se han formado mediante sucesivas divisiones celulares (por mitosis) a partir del mismo zigoto. El zigoto, la bellota y el roble constituyen distintas etapas de un mismo organismo. Es lo que Aristóteles expresaba diciendo que la bellota no es un roble de verdad, un roble en acto, sino sólo un roble en potencia, algo que, sin ser un roble, podría llegar a serlo. Una oruga no es una mariposa. Una oruga se arrastra por el suelo, come hojas, carece de alas, no se parece nada a una mariposa ni tiene las propiedades típicas de las mariposas. Incluso hay a quien le encantan las mariposas, pero le dan asco las orugas. Sin embargo, una oruga es una mariposa en potencia.
Cuando el espermatozoide de un hombre fecunda el óvulo maduro de una mujer y los núcleos haploides de ambos gametos se funden para formar un nuevo núcleo diploide, se forma un zigoto que (en circunstancias favorables) puede convertirse en el inicio de un linaje celular humano, de un organismo que pasa por sus diversas etapas de mórula, blástula, embrión, feto y, finalmente, hombre o mujer en acto. Aunque estadios de un desarrollo orgánico sucesivo, el zigoto no es una blástula, y el embrión no es un hombre. Un embrión es un conglomerado celular del tamaño y peso de un renacuajo o una bellota, que vive en un medio líquido y es incapaz por sí mismo de ingerir alimentos, respirar o excretar -no digamos ya de sentir o pensar-, por lo que sólo pervive como parásito interno de su madre, a través de cuyo sistema sanguíneo come, respira y excreta. Este parásito encierra la potencialidad de desarrollarse durante meses hasta llegar a convertirse en un hombre. Es un milagro maravilloso, y la mujer en cuyo seno se produzca puede sentirse realizada y satisfecha. Pero en definitiva es a ella a quien corresponde decidir si es el momento oportuno para realizar milagros en su vientre.
El niño es un anciano en potencia, pero un niño no tiene derecho a la jubilación. Un hombre vivo es un cadáver en potencia, pero no es lo mismo enterrar a un hombre vivo que a un cadáver. A los vegetarianos, a los que les está prohibido comer carne, se les permite comer huevos, porque los huevos no son gallinas, aunque tengan la potencialidad de llegar a serlas. Un embrión no es un hombre, y por tanto eliminar un embrión no es matar a un hombre. El aborto no es un homicidio. Y el uso de células madre en la investigación, tampoco.
Otra falacia consiste en decir que, si los padres de Beethoven hubieran abortado, no habría habido Quinta Sinfonía, y si nuestros padres hubieran abortado el embrión del que surgimos, ahora no existiríamos. Pero si los padres de Beethoven y los nuestros hubieran sido castos, tampoco habría Quinta Sinfonía y tampoco existiríamos nosotros. Si esto es un argumento para prohibir el aborto, también lo es para prohibir la castidad. Pero tanta prohibición supongo que resultaría excesiva incluso para la Iglesia católica. Una de sus múltiples contradicciones estriba en que impone un natalismo salvaje a los demás, mientras a sus propios sacerdotes y monjas les exige el celibato y la castidad absoluta.
Desde luego, la contracepción es mucho mejor que el aborto, pero la Iglesia la prohíbe también (siguiendo en ambos casos al ex-maniqueo Agustín de Hipona, no a Jesús). Tanto el anterior papa Wojtyla como el actual papa Ratzinger se han dedicado a viajar por África y Latinoamérica despotricando contra los preservativos y el aborto, lo que equivale a promover el sida y la miseria. En cualquier caso, la contracepción puede fallar. A veces el embarazo imprevisto será una sorpresa muy agradable. Otras veces, llevarlo a término supondría partir por la mitad la vida de una mujer, arruinar su carrera profesional o incluso traer al mundo un subnormal profundo o un vegetal humano descerebrado. Sólo a la mujer implicada le es dado juzgar esas graves circunstancias, y no a la caterva arrogante de prelados, jueces, médicos y burócratas empeñados en decidir por ella. El aborto es un trauma. Ninguna mujer lo practica por gusto o a la ligera. Pero la procreación y la maternidad son algo demasiado importante como para dejarlo al albur de un descuido o una violación. El aborto, como el divorcio o los bomberos, se inventó para cuando las cosas fallan.
Muchas parejas anhelan tener hijos, muchas mujeres desean quedar embarazadas y esperan con ilusión el nacimiento de la criatura. El infante querido y deseado suele estar bien alimentado y educado, colmado de cariño y estimulación y (salvo raro defecto genético) su cerebro se desarrolla bien. Por desgracia, el mundo está lleno de madres violadas o forzadas y de niños no deseados, abandonados a la mendicidad y la delincuencia, famélicos, con los cerebros malformados por la carencia alimentaria y la falta de estímulos, carne de cañón de guerrillas crueles y explotaciones prematuras. La jerarquía eclesiástica se ensaña con esas mujeres desgraciadas. El cardenal nicaragüense Obando y Bravo se opuso al aborto terapéutico de una niña de nueve años, violada, enferma y con su vida en peligro. Hace un par de años, la Iglesia de Nicaragua acabó apoyando políticamente al dictador Daniel Ortega a cambio de que éste prohibiese definitivamente el aborto terapéutico. Hace unas semanas el arzobispo Cardoso ha excomulgado en Brasil a la madre de otra niña de nueve años violada por su padrastro y en peligro de muerte por su embarazo doble, así como a los médicos que efectuaron el aborto. En 2007 se hizo famoso el caso de Miss D, una irlandesa de 17 años embarazada con un feto con anencefalia, es decir, sin cerebro ni parte del cráneo, condenado a ser un niño vegetativo, ciego, sordo, irremediablemente inconsciente, incapaz de percibir, pensar ni sentir nada, ni siquiera dolor. Las autoridades impidieron que Miss D fuera a Inglaterra a abortar, aunque más tarde los tribunales anularon la prohibición. Los grupos católicos fanáticos presionan para que se impida a las irlandesas que viajen a Inglaterra a abortar, lo que choca con la legislación comunitaria, que garantiza la libertad de movimientos en la UE.
En España misma, el año pasado, una mujer preñada de un feto con holoprosencefalia, condenado a morir al nacer o a vivir como vegetal, tuvo que ir a Francia a abortar. El derecho a abortar es para muchas mujeres más importante que el derecho a votar en las elecciones, y ha de serles reconocido incluso por aquellos que personalmente jamás abortarían. En 1985 se aprobó la reforma del Código Penal para cumplir a medias y mal el programa electoral del PSOE. Desde entonces, tanto los Gobiernos de Felipe González como de Zapatero se han dedicado a marear la perdiz, diciendo que no era el momento oportuno y que había que esperar a que los obispos dejasen de vociferar. Pero los obispos nunca van a dejar de vociferar. Después de 24 años de remilgos, espero que los socialistas se decidan finalmente a liberalizar el aborto dentro de las primeras semanas del embarazo. Tampoco hace falta ser tan progre para ello. Margaret Thatcher lo tenía ya perfectamente asumido hace 30 años.
Jesús Mosterín es profesor de Investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC.