JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA
Un madridista enloquecido
JAVIER MARÍAS 24/05/2009
No sería yo un madridista noble (eso no es un oxímoron, ni –ay– tampoco una
redundancia) si dejara pasar aquí el humillante 2-6 que nos ha infligido esta
temporada el Barça. Nunca creí que me tocaría revivir una sensación como la de
1973, cuando Cruyff y los suyos ganaron 0-5 en Chamartín. Lo más pesado de
aquello fueron los muchos años que les duró la exaltación a los barceloneses. A
finales de 1974 yo me fui a vivir a Barcelona, y hasta que me marché, en 1978,
cada vez que me presentaban allí a alguien y ese alguien se enteraba de que yo
era madrileño (mi madridismo no era por entonces vox populi), agitaba la
mano abierta durante unos segundos y acompañaba el gesto de una sonrisita más
enigmática que amistosa. ¿Por qué saludarán de esta forma tan rara?, me
preguntaba. Hasta que comprendí que se trataba, invariablemente, del
recordatorio de los cinco goles (lo que se llama, en efecto, “una manita”) que
habíamos encajado en nuestro campo. Ahora no sé a qué ademán recurrirán para
restregarnos ese 2-6, quizá nos saluden con las dos manos, una abierta como
entonces y la otra con el índice enhiesto, o acaso opten por levantarnos el
dedo corazón, para mayores grosería y escarnio.
No es que yo esperara nada del Madrid. Es más, en una entrevista del diario
As había pronosticado un 1-2 a favor del Barça y había reconocido el
abismo existente, a lo largo de la Liga, entre el juego de los dos equipos. No
me costó demasiado rendirme a la evidencia. Cualquier buen aficionado al
fútbol, independientemente de sus colores, sabe ver que el Barça juega de
maravilla, y lo que siente es sobre todo envidia. Ahora bien, ese equipo se
ensañó en su superioridad, algo que el Madrid no suele hacer: recuerdo cómo,
hace años, tras meterle el Madrid de Valdano un 5-0 en Chamartín, aflojó el
ritmo, no quiso humillar al rival ni hacerle sangre. De manera que, cuatro días
después, cuando el Barcelona visitaba Londres para enfrentarse al Chelsea en la
Copa de Europa, decidí ir con los de Stamford Bridge pese a que en el partido
de ida, en el Nou Camp, había ido con los culés. Que un madridista pueda
ir con el Barça en alguna ocasión es algo que irrita sobremanera a los
seguidores de este club. Primero se quedan desconcertados, creyendo que se les
toma el pelo. Luego, al ver que uno va en serio, buscan una razón negativa:
“Ah, ya. Como el Barça sólo ha ganado hasta ahora dos Copas de Europa, preferís
que no se acerquen otros a las nueve que habéis conquistado, como el Milán con
sus siete o el Liverpool con sus cinco”. Sólo parecen concebir motivaciones
mezquinas.
Así que llegó el día del Chelsea, y aunque este fue mi equipo inglés
favorito (antes de que lo comprara el magnate ruso Abramovich, que lo ha
ensuciado), a los pocos minutos me di cuenta de que “no me salía” apoyarlo,
pese a mi determinación previa. Quizá me influyó que la persona que más quiero
es culé apasionada, y pensé que estaría sufriendo. Y sin duda el hecho
de que, aunque bastantes catalanes no nos tengan a los demás por tales, yo no
puedo evitar sentirlos compatriotas, es decir, parte de mí o de nosotros (guste
o no, son ya muchos siglos caminando juntos y padeciendo infortunios
semejantes). Considero a Guardiola un hombre inteligente y además me cae bien,
lo mismo que el grueso de los jugadores actuales (aparte Henry y Alves y Eto’o,
tirando a chulos). Tan sólo cuatro días después del 2-6, por tanto, me vi
animando al Barça y me alegré cuando Iniesta marco el gol del empate. Claro que
unos minutos más tarde empecé a arrepentirme, al ver a sus hinchas con
camisetas que llevaban estampado: “2-6, yo estuve allí” o alguna memez por el
estilo. Estuvimos todos, qué se creen.
Ya no sé qué hacer, estoy enloquecido. El miércoles próximo el Barcelona
disputa la gran final contra el Manchester United, que me cae como un tiro,
entre otras razones por el antimadridismo furibundo de su chicloso entrenador,
Ferguson, que se dedica a propalar falsedades sobre los títulos ganados por el
Madrid en la época de Di Stéfano, afirmando que se los debió a Franco (hay que
ser tonto: como si Franco hubiera tenido nunca influencia en Europa y el Madrid
no hubiera sido una presa más del franquismo). Iré, así pues, con el Barça,
para rabia de culés rabiosos. Al fin y al cabo su fútbol me encanta, y
además forma parte de la historia pasional de cualquier merengue.
En cuando al 2-6, todos los futboleros sabemos cuán poco duran las
tristezas y las alegrías. Tras el 0-5 de 1973, el Madrid se levantó y cayó
varias veces. Pero ganó tres Copas de Europa más, en 1998, 2000 y 2002, tantas
como espero que el Barça haya obtenido en toda su historia después del
miércoles. Eso sí que no hay quien lo mueva, eso sí que no se olvida. Sólo
confío en que nuestro futuro Presidente traiga de entrenador a Laudrup (en vez
de a un paquidermo), el único técnico actual que puede competir con Guardiola
en juventud, inteligencia, educación, modestia, atención a la cantera y
concepción generosa del juego. A los madridistas no nos basta con ganar, y él
es el único que puede conseguir un día que veamos a una especie de Barça
vestido de blanco.

No hay comentarios:
Publicar un comentario