domingo, 27 de septiembre de 2009

Pieles finísimas

JAVIER MARÍAS ZONA FANTASMA
Pieles finísimas
JAVIER MARÍAS 27/09/2009
Parece que cada nueva generación de jóvenes tenga la piel más fina y sea más pusilánime, y que cada nueva de padres esté más dispuesta a protegérsela y a fomentar esa pusilanimidad, en un crescendo sin fin. Los adultos, luego, se alarman ante los resultados, cuando ya es tarde: se encuentran con que tienen en sus hogares a adolescentes tiránicos que no soportan el menor contratiempo o frustración; que a veces les pegan palizas (sobre todo a las madres, que son más débiles); que zumban a policías, queman coches e intentan asaltar comisarías (oye, qué juerga) porque se les impide prolongar un ruidoso botellón más allá de las tres de la madrugada, como acaba de ocurrir en la acaudalada Pozuelo de Alarcón; que, en el peor y más extremo de los casos, violan en grupo a una muchacha de su edad o más joven, como sucedió en un par de ocasiones en Andalucía hace unos meses; y que por supuesto abandonan tempranamente los estudios, cuando aún no tienen conocimientos para trabajar en nada ni –con el galopante paro– oportunidad para ello. Esos adolescentes pusilánimes y despóticos no suelen provenir de familias marginales o pobres (aunque, como en todo, haya excepciones), sino de las medias y adineradas. Son aquellos a los que se ha podido y querido mimar; si no afectiva, sí económicamente.
Los estudiantes de la Universidad inglesa de Cambridge aún pertenecen, en su mayoría, a estas clases más o menos desahogadas, y su piel es finísima a tenor de lo que han pedido y conseguido: nada menos que acabar con una tradición de doscientos años. Han decidido que la colocación en tablones de las listas con los resultados de los exámenes finales (exámenes públicos, así se llaman) es algo “demasiado estresante” para ellos, que les provoca “angustia extra e innecesaria” y les supone una “humillación”, ya que permite a terceros enterarse de si han suspendido o aprobado, y además, si no se da uno prisa en ir a verlas, antes que los interesados. El protector profesorado ha atendido a su petición, así que a partir de ahora recibirán sus notas por e-mail o podrán consultarlas online (está por ver) cuarenta y ocho horas antes de que sean expuestas. No es difícil pronosticar que a la siguiente generación esto le parecerá insuficiente, y que exigirá que esas listas no se cuelguen en absoluto, aduciendo que esa información sólo concierne a cada cual. Los adultos, al paso que vamos, no se atreverán a contrariarlos, con lo que se perderá otra de las motivaciones de los estudiantes para aplicarse, a saber: la vergüenza de quedar ante sus colegas como burros, vagos o incompetentes.
Mientras los niños y jóvenes se tornan cada vez más caprichosos, arbitrarios, quejicas y dictatoriales, los Gobiernos intervienen para convertir en delito el cachete que los padres solían dar a sus vástagos cuando había que ponerles límites o enseñarles que ciertos actos acarrean consecuencias y castigos, es decir, lo que todo el mundo ha de aprender más pronto o más tarde, pues, que yo sepa, los castigos no han sido abolidos en nuestras sociedades. Toda la vida se ha distinguido sin dificultad entre eso, un cachete ocasional, y una paliza en toda regla por parte de un adulto a un niño, algo condenable y repugnante para casi cualquiera que no sea el palizador. Quienes han prohibido el cachete no siempre se oponen, sin embargo, a enviar a la cárcel a menores de edad si éstos cometen un delito de consideración. Es el reino de la contradicción: a un chaval no se le puede poner la mano encima bajo ningún concepto, aunque haga barbaridades y no entre en razón (su piel es finísima), pero sí se le puede meter una temporada entre rejas para hundirle la vida y que se acabe de malear. Nada es seguro, claro está, pero es posible que ni los violadores juveniles ni los fascistoides de Pozuelo hubieran llegado tan lejos si hubieran recibido, en anteriores fases, alguna que otra torta proporcional y hubieran aprendido a temer las consecuencias de sus actos incipientemente delictivos. El temor a las consecuencias sigue siendo –lo siento, ojalá no fuera así– uno de los mayores elementos disuasorios, también para los adultos. Hay muchos, entre éstos, que no roban ni pegan ni matan tan sólo porque saben que los pueden pillar y que les caerá un castigo. Si esto, como digo, ha de aprenderse antes o después, no veo por qué dicho aprendizaje se retrasa ahora hasta edades en las que a veces es demasiado tarde: ¿cómo va a aceptar un joven que no puede hacer esto o aquello si a lo largo de sus quince o dieciocho años se lo ha educado en la creencia de que siempre se saldría con la suya, de que a todo tenía derecho a cambio de ningún deber, y de que sus acciones más graves no acarrearían más consecuencia que el rollo que le soltaran los plastas de sus padres o profesores?
Ya sé cómo algunos leerán este artículo: como una mera reivindicación de la bofetada. Miren, qué se le va a hacer. Puestos a ser tan simplistas como esos posibles lectores, prefiero que un muchacho se lleve alguna de vez en cuando a que se lo arroje a una celda demasiado pronto, sin capacidad para entender de golpe por qué diablos está ahí, o a que viole a una compañera en manada y se vuelva a casa creyendo que eso no tiene mayor importancia que ponerse ciego de alcohol en las felices noches de botellón.

martes, 15 de septiembre de 2009

Qué mal está siempre la juventud

REPORTAJE: vida&artes
Qué mal está siempre la juventud
Los brotes de violencia se repiten cada década - La rebelión de menores en Pozuelo no representa una generación peor

DANIEL BORASTEROS 15/09/2009

"Batalla campal por un rato más de música y copas", así, de forma sintética, explicaba un redactor de EL PAÍS la enorme trifulca entre jóvenes de clase acomodada y los agentes de la Policía Nacional.

"Batalla campal por un rato más de música y copas", así, de forma sintética, explicaba un redactor de EL PAÍS la enorme trifulca entre jóvenes de clase acomodada y los agentes de la Policía Nacional. Una bronca que concluyó con 46 heridos y 22 detenidos después de que "una avalancha de chicos agrediera a los agentes, que rodeados tuvieron que pedir refuerzos". Las cifras son correctas. Aunque no coincidan con el balance numérico de lo sucedido hace algo más de una semana en el municipio madrileño de Pozuelo, cuando una marea juvenil se extendió dejando atrás vehículos quemados y cientos de botellas voladoras, hasta a encaramarse a los muros de una comisaría. Sencillamente, describían una reyerta casi idéntica pero en otro pueblo, Las Rozas (a menos de 10 kilómetros de Pozuelo y muy semejante nivel socio económico) y en otro año. Concretamente, en 1995. Hace 14 años. El entonces alcalde de Las Rozas, Bonifacio de Santiago, declaró que había sido "gente de fuera del pueblo". Exactamente lo mismo que afirmó Juan Siguero, edil de Pozuelo, a la mañana siguiente de la batalla.

Desde 1979 las noticias que describen un fin de fiesta violento entre jóvenes y cuerpos de seguridad forman una larga ristra con al menos 20 llamativos titulares. ¿Estamos entonces ante un alarmante fenómeno nuevo? ¿Los jóvenes están peor que nunca? Policías, sociólogos, políticos, psicólogos y educadores, ahora, creen que no, pero con matices.

Sus posturas se dividen entre los que consideran que es un proceso de hace 30 años que va "in crescendo" según se deteriora la educación y los que, sencillamente, opinan que han cambiado las formas pero no el fondo de la búsqueda de identidad de la juventud a través de la rebeldía, aunque sea una rebeldía no muy bien digerida.

"¡En Majadahonda todos los años hay movidas! ¡A mí no me ha sorprendido lo de Pozuelo para nada!", quien lanza las exclamaciones es Dolores Dolz, concejal de IU por el Ayuntamiento de Majadahonda, otro de los vértices del rectángulo que conforman los ricos municipios del noroeste de Madrid. Para Dolz, las broncas son "frecuentísimas" desde hace más de una década, aunque reconoce la excepcionalidad de lo ocurrido en Pozuelo.

De manera más pausada, Carlos Lles, sociólogo urbano que ha elaborado los dos primeros estudios integrales sobre la juventud madrileña, se remonta a una conferencia en Barcelona a mediados de los noventa. La dio junto al psiquiatra Luis Rojas Marcos. El tema era la violencia en los jóvenes. "Entonces ya produjeron mucha alarma algunos casos en los que los chicos involucrados en los incidentes eran de clase media", rememora. Ya se hablaba de apatía, de falta de valores. Y de un desconcierto que invitaba a refugiarse en el alcohol.

"No es nuevo, está claro", observa Lles, quien sin embargo señala el asalto a la comisaría como un salto cualitativo. Un avance en la falta de respeto democrático que, en cualquier caso, no le resulta "sorprendente" y que apunta hacia una falta de transmisión de valores de los padres.

En ese punto, en los padres, también se detiene Francisco Birseda, de la oficina del Defensor del Pueblo. "Esto es más de lo mismo desde los ochenta", certifica Birseda, que establece un antes y un después entre las generaciones que aún vivieron, aunque fuera por referencias, la dictadura franquista y las primeras generaciones criadas ya en plena libertad. La frontera, en su opinión, son los años ochenta. "Desde entonces, los episodios violentos de los jóvenes son lo mismo", insiste, señalando que la educación de los chavales ha quedado exclusivamente en manos de los profesores, que se ven desbordados. "Puede que hubiera en su momento un gusto por enfrentarse a la autoridad porque se identificaba con la falta de libertad", sugiere Birseda, que ahora niega ese carácter a las revueltas juveniles.

Su jefe directo, Enrique Múgica, Defensor del Pueblo, achacó los acontecimientos a una progresiva falta de respeto de los jóvenes, empezando por sus maestros. Uno de los ejemplos que resaltó a ese respecto fue el de la pérdida del tratamiento de usted con los profesores, sintomático, en su opinión, de esa ausencia de referencia y autoridad de los chicos que, insistió, comienza dentro de las propias casas.

Sobre este asunto, también habló ayer el ministro de Educación, Ángel Gabilondo, que sostuvo que la solución no está en "eliminar sin más el tuteo" y consideró que lo importante no es "quedarse en los aspectos formales" sino respetar "a quien sabe más, tiene otra edad y otras experiencias".

Las algaradas juveniles se han repetido año a año desde hace tres décadas en Alcorcón, Móstoles, Las Rozas, Pozuelo, Getafe, Cáceres, Barcelona o Madrid. En ocasiones se ha tildado a los participantes de radicales. De chicos con una ideología subyacente. "Antisistemas", por ejemplo. Pero otras veces esa etiqueta ha sido más complicado colgarla, y entonces ha surgido la perplejidad. En esencia, todas tienen que ver con multitudes juveniles, alcohol y presencia policial.

"Hay de todo entre los chavales y entre los padres", matiza un veterano profesor de secundaria que prefiere no dar su nombre dada su condición de funcionario, que estima que los acontecimientos de Pozuelo son "un modo de pasar el rato y buscar emociones fuertes, algo que contar a los colegas pero sin un gran riesgo real porque la policía sabes que tampoco te va a matar. Es como un encierro, pero con guardias en lugar de toros".

Este educador también traza una línea que va desde la dictadura hasta el actual sistema de libertades y recuerda que estos jóvenes han sido educados por padres con un recuerdo, si no una experiencia directa, de la represión y el autoritarismo constante. "Los chicos son más individualistas y buscan una identidad perdida en la confrontación contra los otros", coincide el sociólogo Julio Alguacil en la idea de que la pelea es algo reafirmante y divertido para esta generación, que percibe el enfrentamiento violento como un juego sin riesgos.

En la búsqueda de esa identidad y del gusto por enmascararla entre la masa, hay quienes opinan que han jugado un papel importante las nuevas tecnologías. Es el caso de Lorenzo Navarrete, decano del Colegio de Politólogos y Sociólogos. "Hay una confusión entre la vida real y la virtual", sostiene este académico, que además apunta a que si la red social de una persona está compuesta por 7.000 personas, las posibilidades de que se sienta concernida por algo que le suceda a su círculo se amplían muchísimo. "No se considera que lo que uno está haciendo sea real, sino un juego", concluye. Y, por eso, el concepto de responsabilidad queda más diluido. La comunidad Tuenti, la favorita de los menores de 20 años, se ha llenado de comentarios sobre los incidentes de Pozuelo. Casi todos van en una dirección: "La policía se pasó".

Y en estas redes campa a sus anchas la generación Ni-Ni, o sea, que ni estudia ni trabaja. Así es como se adjetiva despectivamente -y con un punto de generalización cruel- a los nacidos en los años noventa. Unos chicos que no tiene muy buena fama entre los treintañeros que pasean por Pozuelo. "Es una generación que está perdida, no respetan nada", dice de un tirón Óscar. Su problema, opina este comerciante de la zona donde se produjo la batalla campal, es que "no hay autoridad que les acobarde". Stefan, camarero del Hotel Pozuelo, también confía a un parroquiano su propia teoría: "La democracia es buena para algunas cosas, pero no para botellón".

Los aludidos, los chavales que nacieron en los años noventa, resultan ser una heterogénea marea sin una voz conjunta. Por ejemplo, Victoria, de 15 años y estudiante de un centro privado de Pozuelo, piensa que lo sucedido fue "obra de los descerebrados de siempre. Los hay en todos los institutos, de pijos o no. Les parece muy divertido montar el pollo para luego vacilar por ahí contándolo". Lucía, también quinceañera, fue testigo de los sucesos y, aunque critica la actitud de los violentos, insiste en que la policía tuvo "mucha culpa porque iban contra todos, sin distinguir entre quienes estaban tirando botellas y los que sólo estábamos allí divirtiéndonos".

Una actitud benevolente con la mayoría de los adolescentes que el experto en programas de alcohol en jóvenes Santiago Agustín también comparte: "En muchos aspectos estamos mejor que en décadas pasadas", afirma Agustín, que concede que el consumo de bebidas entre los chicos "es altísimo", pero apostilla: "Como siempre de altísimo". "Parece que esto no ha sucedido nunca y todos se echan las manos a la cabeza, pero el problema de buscar una alternativa al ocio juvenil es ya muy antiguo", observa este psicólogo y educador juvenil.

Varios expertos señalan que esa búsqueda de ocio en el alcohol y la masa se convierte "en algo más sórdido por el botellón, que despoja ese ocio lógico que busca el ligar de todo ritual y lo transforma el algo hostil y violento".

"Es lo mismo de siempre, sí, pero peor, aunque desde luego no es un fenómeno de anteayer", replica Juan Antonio García Núñez, también psicólogo y especialista en menores problemáticos. Para García Núñez los chavales carecen de valores y han regresado a "los valores del cuerpo". En contraposición, opina, "a cosas sencillas como disfrutar de una puesta de sol o del respeto por la gente que te rodea".

"La estructura social cada vez contiene menos a los adolescentes", es su diagnóstico, y eso, sostiene, fuerza a los chicos al límite. En ese límite está la estructura policial. O sea, el avance hacia el último dique de contención. Los agentes y, en el caso de Pozuelo, hasta la propia comisaría.

Los agentes, como Felipe Brihuega, portavoz del Sindicato Unificado de Policía, no centran tanto su discurso en las generaciones y sus posibles diferencias educativas como en el hecho de que ahora se pongan a emborracharse, juntos, cientos de chicos en el botellón. "Eso viene del norte de Europa, aquí siempre se ha ido de cuadrillas, de vinos". Tampoco son los agentes quienes dan más importancia al hecho de que algunos chicos intentasen asaltar la comisaría. "En realidad tampoco la intentaron asaltar, fue una especie de provocación final", explica una fuente policial. Lo que sí saben los agentes desde hace muchos años es que una fiesta "llena de gente bebiendo alcohol" no se puede detener a golpe de pito. "Eso es un gran error, hay que ir avisando y que se disuelva poco a poco, por su propio peso, por cansancio", sentencia Brihuega.

Una reflexión compartida por Beatriz García, del Sindicato de Estudiantes. "Lo que ha habido es una represión policial excesiva", apunta esta chica de 26 años, que afirma que no está de acuerdo con "ese modelo de ocio basado en la bebida", pero que cree que los medios de comunicación han "distorsionado los hechos". Eso, dice, sin justificar el "comportamiento salvaje de esos chavales".

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domingo, 13 de septiembre de 2009

Frente a la ira, cuente hasta cien, Francesc Miralles

REPORTAJE: intro PSICOLOGÍA
Frente a la ira, cuente hasta cien

FRANCESC MIRALLES 13/09/2009

Hacer 'lo que nos pide el cuerpo'. Algo que, ante situaciones que nos irritan, suele llevarnos a escaladas de violencia que no conducen a nada. Y luego nos arrepentimos. Éste es un pequeño manual para enfriar los ataques de ira.

Vivimos instalados en la inmediatez, y eso se traduce también en nuestras reacciones. Del mismo modo que cuando recibimos un correo electrónico o un SMS nos sentimos empujados a contestar sin demora, también cuando experimentamos una emoción tendemos a darle salida inmediatamente. Cada día asistimos a escenas de conductores que pierden los estribos, parejas que se comunican a gritos y jefes que se dirigen a sus empleados en un tono de voz hiriente. Uno de los problemas de las expresiones de furia son los daños que luego hay que subsanar. En unos segundos desafortunados se puede destruir una confianza que ha necesitado años para edificarse.

Una fórmula mágica

"La ira no nos permite saber lo que hacemos, y todavía menos lo que decimos" (Arthur Schopenhauer)

Uno de los fundadores de Integral, el editor Jaume Rosselló, explica que aprendió la fórmula contra la ira y sus estragos del primer director de la revista, Santi Giol, que solía difundir la máxima "Lo contrario es lo conveniente". Aplicado a las relaciones interpersonales, podemos entenderla del siguiente modo: en momentos de crispación, si aportamos la misma energía que nuestro oponente, sólo lograremos doblar la negatividad. En vez de solucionar el problema, lo empeoraremos. En cambio, si decidimos apostar por la emoción contraria, podemos revertir la situación.

Sin llegar a poner la otra mejilla, en el siguiente caso práctico entenderemos cómo opera esta fórmula mágica: imaginemos un empleado que está muy enfadado con su jefe porque éste no ha cumplido su promesa de aumentarle el sueldo. Le ha escrito un par de correos electrónicos, pero no ha obtenido más que silencio. Al percibir el tono de irritación en los mensajes, el jefe ha optado por no contestar. Esto no ha hecho más que aumentar la furia del empleado, que se siente empujado a solicitar una reunión para protestar airadamente. Sabe que con eso se juega el puesto, pero piensa hacerlo porque se lo pide el cuerpo.

Si dejamos que la escalada de energía negativa llegue a su culmen, el resultado será una pelea que destruirá definitivamente el vínculo entre ambos. Pero ¿qué sucedería si el empleado aplicara la estrategia de lo contrario es lo conveniente?

Puesto que su impulso natural es recriminar agriamente la promesa incumplida, la reacción contraria sería la amabilidad y el agradecimiento. Puede escribirle un correo electrónico conciliador en el que mencione los aspectos más positivos de trabajar en la empresa. Por chocante que parezca esta reacción, lo más probable es que ambas personas vuelvan rápidamente a la senda del entendimiento. Desaparecida la tensión, aumentan las posibilidades de que el empleado mantenga su trabajo e incluso vea a medio plazo el aumento de sueldo.

La prueba de las 24 horas

"Cuando te inunde la alegría, no prometas nada a nadie. Cuando te domine la ira, no escribas ninguna carta" (proverbio chino)

Gran parte de los conflictos interpersonales se podrían evitar sólo con retrasar la respuesta 24 horas. Cuando estamos en caliente, nos parece muy clara cuál debe ser nuestra reacción, y si no obedecemos a ese impulso nos parece que estamos perdiendo algún tren. Sin embargo, la experiencia demuestra que muy raramente nos arrepentimos de no haber hecho o dicho algo. Por tanto, si no somos capaces de hacer lo contrario de lo que nos dicta el temperamento, merece la pena como mínimo aguardar un día para revisar, con perspectiva, si nuestra respuesta es proporcional.

Un primer paso para desactivar una emoción explosiva es reconocerla como tal. Si aceptamos que nuestra visión del conflicto está deformada por la ira, habremos empezado a desactivarla. Un poco de sentido del humor hará el resto.

Si nos resulta difícil contener el sentimiento negativo que pugna por salir, como mínimo podemos buscar un filtro: una persona juiciosa y serena que nos diga si es tan urgente la resolución.

Tu enemigo es tu mejor maestro

La Biblia enseña a amar a nuestros enemigos como si fueran amigos, posiblemente porque son los mismos" (Vittorio de Sica)

Llevando al extremo la filosofía de lo contrario es lo conveniente, podemos considerar a nuestro enemigo como el mejor maestro. No hay defectos que molesten más que los que uno mismo también posee, por lo que hay que considerar a la persona que nos saca de quicio como un espejo de nuestras limitaciones. Es una visión ligada al budismo, pero también la recoge el poeta libanés Khalil Gibran: "He aprendido el silencio a través del charlatán; la tolerancia, a través del intolerante, y la amabilidad, a través del grosero".

Aunque no reconozcamos en nosotros las faltas que vemos en el otro, toda situación de violencia, engaño o injusticia es una oportunidad de revisar nuestras actitudes personales.

Un espejo revelador

"Aferrarse a la ira es como agarrar un trozo de carbón candente con la intención de arrojarlo contra alguien. Al final eres tú quien se quema" (Siddhartha Gautama)

Si observamos cómo se trata a sí misma una persona violenta, encontraremos las claves de su conducta, dado que nuestra relación con los demás es un espejo de la que tenemos con nosotros mismos. Sobre esto, el sociólogo norteamericano Eric Hoffer afirma: "Amemos siempre a los demás como a nosotros mismos. Hacemos daño a los demás en la medida en que nos lo hacemos a nosotros mismos. Odiamos a los demás en función de nuestro propio odio. Somos tolerantes con los demás si lo somos con nuestros defectos. Perdonamos a los demás cuando sabemos perdonarnos".

Por consiguiente, cuando nos enfadamos de forma desproporcionada con alguien, es muy posible que en el fondo estemos enfadados con nosotros mismos pero no nos hayamos dado cuenta. Es el caso de muchas personas cuya agresividad encubre un sentimiento de fracaso.

Antes de liberar a la bestia, deberíamos averiguar de dónde procede la furia, ya que el motivo aparente que la hace explotar puede ser sólo el detonante. Para enterrar definitivamente el hacha de guerra, un comprimido de lo contrario es lo conveniente en momentos de tensión puede ser el inicio de una gran amistad con el mundo y con uno mismo.
Para combatir la explosión

1. Libros

‘El arte de la compasión’,

del Dalai Lama (Grijalbo).

‘El libro de la sabiduría’,

de Osho (Gaia).

2. Películas

‘Dersu Uzala’, de Akira Kurosawa.

‘Toro salvaje’, de Martin Scorsese.

‘Haz lo que debas’, de Spike Lee.

3. Discos

‘Monday’s Ghost’, de Sophie

Hunger (Two Gentlemen).
El arte de la paciencia

"Nunca debemos excusarnos y decir que nuestros enemigos nos impiden practicar la calma, y que ésta es la causa de nuestra irritación. Si no somos pacientes, no estamos practicando con sinceridad. No podemos decir que el mendigo sea un obstáculo para la generosidad, ya que es justamente su razón de ser. Por otra parte, las personas que nos irritan y ponen a prueba nuestra paciencia son relativamente pocas. Y tenemos necesidad de personas que nos ofendan para ejercitar la paciencia. Encontrar un verdadero enemigo es tan poco frecuente que deberíamos alegrarnos de verle y apreciar los beneficios que nos regala. Merece ser el primero a quien ofrezcamos los méritos que él mismo nos permitirá adquirir, y es digno de respeto por el solo hecho de permitirnos practicar la paciencia”. (Dalai Lama)